Rebeca, una niña dominicana que nació bicéfala el pasado 10 de diciembre, murió en la madrugada de ayer por una hemorragia masiva, poco después de que los cirujanos completaran la operación que separó una de las cabezas, que estaba incompleta. "Nadie se va a olvidar de que existió tan prodigiosa vida sobre la tierra", afirmó ayer el padre de la niña, Franklin Antonio Martínez.

La reconducción de las principales arterias y venas que compartían los dos cráneos hacia un único sistema circulatorio se consiguió, según los cirujanos, "de forma totalmente limpia y sin complicaciones", pero siete horas después, cuando habían cerrado el cráneo con tejido de la prolongación separada, se produjeron fallos en la coagulación de los vasos sanguíneos seccionados. Rebeca murió a causa de una gran hemorragia. Su sistema cardiocirculatorio no se reanudó tras la intervención.

La niña fue operada en el Centro de Ortopedia Cure Internacional (COCI) de Santo Domingo por un equipo de 18 cirujanos. El proceso duró más de 10 horas y costó 110.000 euros (18 millones de pesetas), para los que se abrió una campaña de recaudación popular.

RECHAZO DEL ABORTO Rebeca había nacido en el Hospital Félix María Goico de la capital dominicana con una anomalía denominada craniopagus parasiticus, que fue detectada en una ecografía realizada a su madre durante el embarazo. La dimensión de esta alteración sólo se comprobó tras el parto. Por razones religiosas, y legales, la mujer no abortó.

La madre, de 26 años, de origen humilde y con tres hijos, se mostró ayer "satisfecha y muy contenta" por los cuidados que ha recibido la niña. "Dios lo ha querido así", afirmó el padre. "Rebeca debe ser un ejemplo para que el mundo vea que no sólo con el aborto se solucionan los problemas", añadió la madre.

La anomalía de Rebeca consistía en añadir una segunda cabeza a la primera, que hubiera debido corresponder a una hermana siamesa. La cabeza parásito tenía un cerebro que no funcionaba, así como unos ojos atrofiados, unas orejas inviables y una boca con labio leporino que hacía los movimientos reflejos de chupar y salivar, según el neurocirujano Benjamín Rivera, que la atendió después de nacer.

Rebeca, no obstante, estaba perfectamente bien de salud. La rareza de la formación craneal de la niña convertía su operación en "ago más difícil que una cirugía convencional", pero no en "un imposible", informó el cirujano Jorge Lazareff, que dirigió la operación quirúrgica.