TEtl ministro del Interior británico tiene un problema. Las cárceles se le han hecho pequeñas. La celda se convierte en palacio cuando el único lugar libre es el camastro. Y el camastro es un balneario cuando el incremento de la población reclusa reduce el espacio por preso a un mero cuadrado de baldosas. El ministro del Interior británico ha ido hacia el pasado y está estudiando construir barcos prisión. Como muestra de que la justicia inglesa aprieta pero no ahoga, esos barcos para almacenar presos contarán con sistemas de propulsión propios, es decir, no serán galeras movidas a remos por los reos. El barco entendido como prisión ya fue utilizado por los británicos en las guerras navales del siglo XVII con Francia. Los marineros cautivos se hacinaban en insalubres pontones varados en las arenas cenagosas del sur de Inglaterra.

Ahora, con la iniciativa inglesa, los barcos-prisión van a aligerar las cárceles en tierra firme. Por lo visto, para no cargar el presupuesto de Justicia con un dispendio de fuel, esos barcos van a ser también barcos cautivos frente a las costas de Gales y de Inglaterra. Cabe imaginarse el momento en el que uno de esos navíos carcelarios se cruce con un trasatlántico proveniente del Caribe. O también el maltrato estomacal del que van a ser objeto los presos durante una galerna de olas arboladas. ¿Podrán pescar los reclusos desde la borda? ¿Sus indisciplinas serán castigadas con pasarles por la quilla? ¿Cómo va a atenderse el derecho a las relaciones vis a vis en esos buques fantasma? ¿Un supuesto motín a bordo va a ser sofocado con una andanada de torpedos en la línea de flotación? El barco evoca la libertad absoluta. ¿Por qué convertirlo en un instrumento de tortura?