María y José Antonio han sido padres hace unos días. Al mismo tiempo que daban la bienvenida a su segunda hija en el Hospital de Mérida toda España se confinaba en sus casas por orden del Gobierno para hacer frente a la expansión del coronavirus. La pequeña Paula vino al mundo bajo el Estado de Alarma y eso ha supuesto que sus padres y su hermano de dos años hayan vivido en la más estricta soledad uno de los momentos más felices de toda su vida. Y ha sido duro, reconoce esta empresaria emeritense de 37 años.

No hay visitas (esperadas o inesperadas, oportunas o inoportunas), no hay regalos, no hay fiesta sorpresa. No hay abrazos ni lágrimas de abuelos, tíos, primos o amigos. Todo se reduce a una videollamada o una foto por Whatsapp y a todo ello se une además la incertidumbre y el miedo por la situación que estamos viviendo. Ahora María no puede tener ningún tipo de contacto con el exterior (ir a la compra o a la farmacia, que son los movimientos que permite el restrictivo decreto del Estado de Alarma, también están vetados para ella) pero su miedo es que hasta el pasado viernes hizo vida normal. «El periodo de incubación va de dos a 14 días y nunca puedes saber si has tenido contacto con algún contagiado», reconoce en conversación telefónica desde su domicilio en la capital autonómica.

«Todo desierto»

Según cuenta, comenzó con molestias y un ligero sangrado el mismo sábado 14 de marzo, aunque no salía de cuentas hasta el 20. Por consejo de una amiga ginecóloga pasó todo el día en casa. En la madrugada del domingo las contracciones empezaron a ser más regulares y sobre las seis de la mañana decidieron finalmente ir al hospital. «Cuando llegamos estaba todo desierto, los médicos nos abrireron las puertas de urgencias con mascarillas y guantes y fue todo súper rápido. La sensación fue de bastante pánico», reconoce.

Ya más tranquila, en el paritorio todo fue bien y finalmente la pequeña Paula nació el domingo a las 11.15 de la mañana con 3,120 kilos de peso y en perfectas condiciones. María no se planteó el parto en casa, pero sí ha optado por la lactancia materna aunque en principio no lo contemplaba (con su primer hijo ya vivió una experiencia «traumática» que no quería repetir) para que el bebé pueda tener «todas las defensas posibles». Eso sí, recalca que ha sido una decisión personal, nadie en el hospital le dio indicaciones al respecto.

Ya en la habitación, las entradas y salidas estaban totalmente restingidas y tan solo su pareja podía salir de dos a cuatro de la tarde a la cafetería del centro a comprar bocadillos para la comida y la cena y agua.

La pareja no ha podido recibir visitas en el hospital y tampoco hablar si quiera con las otras mujeres que han dado a luz estos días, entre las que se encuentra una conocida suya. De la estancia en el centro hospitalario cuenta que había mucha tensión y que se notaba que los sanitarios están «bastante asustados». «El anastesista me dijo que tuve mucha suerte, que tal vez si el parto no se hubiera adelantado en la situación que estamos actualmente para la fecha prevista no hubiera habido ni siquiera anestesista, o camas en el hospital», asegura la recién estrenada mamá. Ahora, toda la familia está feliz en casa con la pequeña, pero no ha pasado lo peor: la niña no tiene tarjeta sanitaria y los trámites para solicitar los permisos de maternidad y paternidad «están siendo un caos».

De momento las consultas posparto con la matrona se están haciendo de forma telemática, pero la pequeña tiene que pasar la próxima semana la revisión de los 15 días y están a la espera de recibir indicaciones, pues les da «terror» tener que sacarla a la calle. A todo ello se une además la situación laboral de María, que es autónoma. Tiene una guardería y un centro de ocio infantil en Mérida que ahora están cerrados también la por orden del Gobierno, pero no ha tenido más remedio que aplicar un Expediente de Regulación de Empleo Temporal (ERTE) a sus empleadas hasta ver cómo se resuelve la situación.