TEtl verano extremeño se pasa mejor en el piso de abajo. El piso de arriba es para el invierno. Las casas extremeñas son de dos estaciones, la de arriba y la de abajo, y tienen la fachada blanca para enfrentarse al sol y un patio recoleto y escondido, al final de un pasillo muy largo, donde el mediodía es delicia y la medianoche, paraíso. Una de estas mañanas de julio fui a tomar el aperitivo bajo el naranjo de mi tío Francisco. Es un árbol tan viejo que sabe dar muy bien la sombra: la extiende sobre el velador y las sillas de enea, después se preocupa de mover las ramas y, en un último esfuerzo, te regala un abanicar de hojas, un susurro de aire fresco.

A la hora del aperitivo, mi tío Francisco saca un vino exquisito que guarda el secreto antiguo de la familia, el que llevó al bisabuelo Severo a ganar la medalla de oro en la Exposición Universal de Barcelona, cuando el siglo XX aún alboreaba. Hace 100 años, estos vinos de Ceclavín se bebían en los mejores bares de Cáceres. Hoy hay que viajar al pueblo y sentarse bajo el naranjo de mi tío Francisco para gustarlos con intensidad y en su ambiente. El vino, el pan de caramelo, el salchichón ibérico y casero, una gata mimosa que se restriega en tu pierna, un trago, una brizna de brisa, otro trago, un rumor de hojas que alivia, una pizca de embutido, un currusco de pan, la somnolencia, el vaivén intemporal de la hamaca y esa sabiduría secular que tan bien se conserva en los pueblos extremeños y convierte el rigor excesivo del verano en un placer compartido a la sombra de un naranjo.