Habría que ir actualizando el refranero para adaptarlo a los nuevos tiempos. Por ejemplo, el del hijo que viene con el pan bajo el brazo podría cambiarse por el que llega arrastrando hipotecas o un andador no para él, sino para mamá, aunque mamá no tenga los años de esa mujer que fingió para tener niños en la tercera edad.

Sin llegar a esos extremos, que me parecen demenciales, no entiendo por qué causa extrañeza que las mujeres tengamos el primer hijo más allá de los treinta. Que es un riesgo para la salud, pues claro, que se está más cansada para criar niños y para tener un segundo, pues también. Pero qué quieren. Yo también me extraño cuando comparo el dinero que se dedica en otros países a favorecer la natalidad. Igual que en educación (saquen sus conclusiones), somos los últimos. Grecia dedica tres veces más, y Francia y Alemania, seis y siete respectivamente. Además, en España la ayuda se acaba cuando el hijo cumple dieciocho. Viendo la edad a la que los chicos se marchan de casa, es para echarse a llorar. Así cómo quieren que seamos madres jóvenes. Nos acusan de comodidad, y más bien es cuestión de responsabilidad. En España una pareja debería tener dieciocho hijos para cobrar la misma ayuda que los alemanes con tres. Y cincuenta y seis para igualar lo que cobran los padres de Luxemburgo. Más que ponerse a traer tantos niños al mundo (habría que empezar a los quince o tenerlos de seis en seis), sería más de sentido común que subieran las ayudas. Ahora han hecho un tímido intento para el segundo hijo. Ojalá sea el inicio de un cambio más profundo y no el final de una carrera de obstáculos.