TLtos días de lluvia, la Naturaleza me recuerda que es mi enemigo natural. Es como si la selva quisiera colarse en casa. Y sólo acepto a la selva en los documentales. No sé de una guerra mayor que la del hombre por romper el cerco de la animalidad, por convertirse en algo más que en simple máquina reproductora. La enfermedad, la vejez, la muerte, son el lenguaje en el que la Naturaleza nos dice cuánto le importamos. Para ella no existe la palabra felicidad ni la palabra misericordia. Ambas son hijas de la civilización. En realidad, los logros del ser humano son resultado de una lucha común por librarnos de su yugo, desde este papel en el que escribo hasta el cordón umbilical congelado de una princesa.

El miedo del hombre ha inventado todos los cuentos , dice un verso, y es verdad que demasiada gente azuza a los miedos con tal de seguir viviendo del cuento. El que más detesto es ese que asegura que la Naturaleza es sabia. Yo creo que no. Se comporta más bien como un científico loco. Ensaya y corrige sobre la marcha. A mi entender, el único futuro posible es aquel en el que nada quede sujeto a sus caprichos. Ni la demografía ni la salud ni el reparto de la riqueza. Pero nos educan en la idea de que somos un pedazo de Dios y no nos incumben sus asuntos. Eso nos ata las manos. A César, sólo lo que es de César. Por eso vemos lógicas tantas formalidades para sacarse un carné de conducir y ninguna para que un loco pueda ser padre. Ni esa niña de Barcelona estaría en coma ni el mar sería un camposanto de pateras si le robáramos a la Naturaleza las riendas de nuestro destino. Eso sería lo natural. Lo demás son cuentos. Pero oímos el llanto ajeno como quien oye llover. florianrecioyahoo.es