TAt las montañas del Nepal ya no podrá ir usted a desnudarse. Ni se le ocurra. Por lo visto era una moda en alza, pero lo ha prohibido la asociación oficial de alpinismo. De modo que si proyectaba subir al Everet a enseñarle el culo a las nubes, mejor que cambie de planes. A mí, la verdad, la idea me suena ridícula: arriesgar la pasta y la vida solo para contar a los amigos que uno estuvo allá arriba en pelotas, con el frío que debe de hacer. Y, sin embargo, por qué no. Con ser estúpido, no lo es más que tirarse desde un puente colgado de unos tirantes. Ni se le hace daño a nadie ni se puede considerar escándalo público, que dudo de que en lo alto del Everet haya la mitad del ambiente que en los aseos de una estación de autobuses. Entonces, a qué tanto revuelo. Pues porque resulta que en el concepto del mundo de los señores nepalíes las montañas son sagradas y les parece una falta de respeto. Ahí es nada. Con lo difícil que es hacer que una nación cambie su concepto de lo sagrado. Casi va a ser mejor que los occidentales cambien de afición, sustituir el alpinismo por el punto de cruz, pongo por caso. También Europa tardó lo suyo en entrever esta cuestión, pero al menos llegamos a un punto razonable en el que uno puede enseñar el culo más o menos donde quiere, quemar fotos de reyes, discrepar con Dios y con la autoridad civil sin temor de que le churrasquen a uno el alma en el infierno ni de que le den de hostias los civiles, que ya es algo. Y con esto espero que no se me malinterprete, yo siento infinito respeto por los nepalíes y por las montañas sagradas, pero, a fuer de europeo, más sagrados me son los culos de los montañeros y, sobre todo, la voluntad de los montañeros.