«No puedo ni quiero olvida». Esta es una frase que Neus Català repitió machaconamente desde que salió con vida del campo de concentración nazi de Ravensbrück, en Alemania. Ayer murió en su pueblo natal, Guiamets (Tarragona) a la edad de 103 años.

La vida de Català se explica por una lucha antifranquista permanente. En plena guerra civil, a los 22 años, se graduó en enfermería y dos años después, el enero en que las tropas franquistas llegaron a Barcelona, cruzó la frontera hacia Francia. Lo hizo acompañada de 182 huérfanos que pertenecían a la colonia Negrín, de Premià de Dalt.

CON LA RESISTENCIA / En Francia ayudó a la resistencia antifascista. Gracias a su peinado, pasaba mensajes entre unos y otros. Hasta que un farmacéutico la delató. «Se acabó mi juventud, días como aquellos no se han inventado», decía Català al recordar aquel 3 de febrero de 1944, cuando los nazis la pillaron tras un chivatazo y se la llevaron al campo de concentración de Ravensbrück.

«Los ocho primeros días estuve muy mal, solo tenía ganas de morirme y no quería ni comer. Después tomé la decisión de que quería salir de allí para contar lo que había presenciado, de manera que incluso registraba lo más atroz: si me decían que una chica se había suicidado estampándose contra una valla electrificada, iba para poder explicarlo. Tenía que luchar para vivir», explicaba Català en el 2007. Como a centenares de mujeres que habitaban en aquel campo, le raparon el pelo, la medicaron para que no menstruara y usaron sus manos y su cuerpo para construir ladrillos y agrandar el helado lago Schwedt.

Allí estuvo dos meses. Luego fue trasladada en Holleischen, un campo de exterminio de hombres donde tuvo que fabricar balas antiaéreas. Allí se jugó la vida saboteando la producción. Moscas, escupitajos o aceite sirvieron para reducir la producción a la mitad. Fueron 14 meses de humillaciones, horror y muerte. Desde entonces, Català no pudo volver a dormir si no era con pastillas.

Después vino la lucha de sobrevivir en el exilio al que la obligó la dictadura franquista. Mujer de retos, Català se dio a la ingente tarea de conservar la memoria de aquellas mujeres que habían muerto en Ravensbrück y en especial, las españolas. No estaba dispuesta a que los nombres de las hermanas María y Leonor Rubiano, Carmen Bartolí, o Sofía Limán, por citar solo a algunas, cayeran en el olvido. Junto a Joan Raventós, político socialista, y Montserrat Roig, periodista y escritora, reescribió sus nombres.Nunca abandonó la lucha. «Si nosotros no hacemos la política, la harán los enemigos», decía.