A medida que nos desarrollamos, vamos interiorizando una voz que nos acompaña durante toda nuestra vida. Se parece a la misma voz que expresamos en el mundo exterior, con la que nos comunicamos, pero a veces se torna dura y crítica. Actúa de juez y nos acusa sobre cada error. Es frecuente en trastornos como la depresión o la ansiedad, con una visión catastrofista y focalizada en el fallo, pero también acompaña a rasgos como la autoexigencia o el perfeccionismo, donde se pretende alcanzar una excelencia irreal.

Como reacción a la voz crítica, es posible interiorizar una voz sustitutiva, la voz compasiva. Está dirigida a eliminar el sufrimiento, generar un bienestar y trabajar desde el perdón hacia uno mismo. No se trata de ser permisivos con nosotros y consentir el no avanzar, sino hacerlo desde otro punto de vista, aquel donde el error se permite y es la base del crecimiento.

SIN JUICIOS NEGATIVOS

Cuando pensamos en la compasión, tenemos una visión negativa sobre ella, ya que el tono parece de lástima y menosprecio, dirigido hacia alguien con pocas herramientas o más débil que nosotros. No nos gusta que alguien pueda sentir compasión hacia nosotros y solemos rechazar ese tipo de conductas. Sin embargo, la compasión carece de tono negativo y va dirigido a crear en el otro o en nosotros mismos un bienestar.

La compasión es una emoción que surge al ver sufrimiento ajeno o propio y que nos impulsa a tratar de aliviarlo. Añade un factor de compromiso, de atención a la persona y de la evaluación de las propias capacidades para poder ayudar. Se basa en componentes como el cariño, la solidaridad o el amor y, lejos de lo que pueda parecer, se aleja de la lástima.

Una vez superada la barrera social o cultural negativa que podemos sentir hacia la compasión, observamos los efectos negativos que tiene tanto en quien la realiza como en quien la recibe, como la sensación de calma y una mayor alegría. Este esta inicial que produce nos lleva a perder el miedo a los fallos, por la red de seguridad que genera. Nos arriesgamos más y gestionamos emocionalmente mejor el error. La crítica percibida se aleja y nos centramos en el aprendizaje. Esto se multiplica cuando está dirigido hacia uno mismo, ya que las emociones al dar y recibir se concentran en la misma persona.

La compasión es uno de los recursos más útiles que se enseñan desde la psicología para poder trabajar con nuestra voz crítica, rebajando niveles de autoexigencia y generando emociones positivas hacia nosotros mismos. Los siguientes pasos nos ayudarán a escucharla a menudo:

1. Percepción

Lo primero que debemos identificar es el sufrimiento que nos está provocando lo que sentimos. Normalmente aparece por un error o por una serie de ellos. Esto nos genera una serie de emociones que debemos percibir y etiquetar, como el miedo, la rabia, la tristeza o el remordimiento. Saber qué sentimos nos ayudará a desanudarlo.

2. Evaluación

Una vez identificadas las emociones, debemos ser conscientes de si en ese momento nos están ayudando. Determinados sentimientos van unidos a situaciones concretas donde sí trabajan para ayudarnos a enfrentar lo que tenemos delante. Pero otras veces, no es así. La tristeza debe aparecer en momentos de pérdida, el miedo cuando percibamos amenazas o la rabia cuando haya una injusticia. Esas tres estructuras son correctas y, aunque nos duela sentirlo, nos están ayudando.

3. Sentir y soltar

Si la emoción nos está ayudando, debemos permitir que esté, sentirla y dejar que trabaje en nuestro interior hasta que, poco a poco, vaya desapareciendo. Luchar con ella solo hará que crezca y se elabore de forma aún más negativa.

La autocompasión consiste en saber escuchar nuestra voz crítica, entender que ha podido tener alguna función en momentos del pasado pero que en este instante solo nos perjudica. Esa voz crítica también debe ser escuchada, para que nos permita identificar errores mentales, pero no tiene otra función. A partir de ahí todo es compasión y respeto hacia uno mismo.