Algunas noticias de prensa parecen bulos escritos por un redactor ocioso el Día de los Santos Inocentes. Un ejemplo: acabo de leer que un niño de seis años condujo el coche de su padre durante nueve kilómetros tras perder el autobús del colegio. Al parecer el niño había aprendido el manejo del volante jugando a videojuegos para adultos como Gran Theft Auto y Monster Truck Jam. Esto no deja en buen lugar a las autoescuelas, que tanto empeño ponen en enseñar a conducir a clientes en tensión mientras que un renacuajo lo hace cómodamente sin salir de casa a golpe de joystick. Cierto que el niño acabó empotrando el automóvil contra un árbol, pero ¿qué culpa tiene este émulo de Fernando Alonso si se plantan árboles en las cunetas?

Lo que más me llama la atención de este suceso no es la habilidad física del niño (recordemos que a su edad Mozart era un consumado pianista), sino su radical rechazo al mundo de la infancia. Y es que al conducir con urgencia para no llegar tarde al colegio lo que hizo este crío fue dejar la candidez a un lado para así imitar a tantos adultos hipertensos atrapados en la vorágine de los tiempos modernos. Si no fuera por el dichoso árbol, podría haber conducido hasta el colegio y dejar el coche a sus puertas, correctamente aparcado junto al del director del centro. Con dos cojones: de tú a tú.

El drama es que hemos llegado a tal punto de estrés que hay ciudadanos que se juegan la vida en la carretera para no llegar tarde a una lección de la tabla del dos de multiplicar. Los niños sueñan con ser adultos y los adultos soñamos con volver a ser niños. No sabemos lo que queremos.