TAtl año le quedan tres telediarios y ya es poco probable que ninguno de ellos traiga la noticia que quisiéramos escuchar. Que la economía se recupera, que los estafadores van a prisión, que el año que entra llega con un pan bajo el brazo. Eso queda para los que ponen su fe en las utopías. Yo he llegado a un punto en que me bastaría con estar en el secreto del tupé de Hilario Pino . Pero me da a mí que unos y otros vamos a quedarnos con las ganas. Me da que esta noche, cuando en la cena de familia levantemos las copas para desearnos felices fiestas, cada cual, a socapa y con los ojos cerrados, se encomendará a los dioses tutelares para que no se le noten demasiado las cicatrices que este año que vivimos peligrosamente nos ha dejado en los forros del oído, del corazón y del bolsillo.

En el oído, de tanto escuchar la soplapollez de que la culpa es nuestra por hacer del timo a Hacienda un deporte olímpico, por saquear a la Seguridad Social, por no trabajar como alemanes, pero digo yo que si esto fuera completamente cierto la crisis afectaría sólo a los españoles y no a medio mundo.

El corazón, porque sabemos que los que han hecho de ésta la Navidad más estrecha y triste van a seguir brindando con el cava más caro, en los restaurantes más lujosos, atendidos por camareros que trabajarán más ganando menos.

El bolsillo, por razones obvias, porque es el arca de la alianza desgarrada por las uñas de los usureros. Esta noche, en la inmensa mayoría de las familias españolas, detrás de muchas sonrisas, de muchos abrazos de reencuentro, de muchos íntimos esfuerzos para que la cena salga como es debido, hay encubierta una llaga. Tengamos la noche en paz. No es ahí donde encontrarán los lujos y los excesos, que tampoco busquen ahí las faltas.