Hace unos años escuché que es en días como el de hoy cuando más intervenciones tienen que hacer las policías locales por peleas en el seno del hogar. Escudriñando pormenorizadamente la información, se averiguaba que no era por asuntos de especial gravedad sino que se trataba de broncas y acaloramientos familiares que acababan en sopapos o algún puñetazo empapado en alcohol. Poco después surgieron incluso chistes malos como el de uno que preguntaba a otro si había pasado la Nochebuena, bien o en familia. Lo curioso es que esto ocurre en el día que más se desea a los demás que pasen una buena noche, y es que para pasarlo bien hay que poner las condiciones necesarias: una norma básica es no aprovechar que te has juntado con quien no ves más que de vez en cuando para reprochar aquello que no te atreves a decir el resto del año, así que la recomendación para los aguafiestas es que se tomen el día libre.

Luego nos encontramos con cantidad de estados depresivos que estas fiestas provocan en muchas personas. En ocasiones por pérdidas recientes o problemas temporales, pero a los que se añade una especie de tsunami de la felicidad colectiva que acaba por ahogar a quienes no se encuentran en su mejor momento. Como hemos dicho que los aguafiestas deberían descansar el día de hoy, no incidiremos machaconamente en la cuestión, aunque no estaría de más buscar en el diccionario una palabra tan sugerente como mesura e intentar hacer uso de ella en múltiples facetas vitales. Siempre es mejor tener buenas noches en minúscula que una Nochebuena mayúscula en la que la casa acaba por salir a través de la ventana. Creo.