El sucesor de Benedicto XVI deberá afrontar complejos retos que resultarán decisivos para el futuro de la Iglesia católica. Si el próximo Papa siguiera la línea de Joseph Ratzinger de ortodoxia doctrinal y limpieza ética (cosa que harían con toda probabilidad los papables Angelo Scola, italiano, y Marc Ouellet, canadiense), prolongaría el pulso con los poderes enquistados en el Vaticano. En cambio, si saliera elegido un candidato exótico como el ghanés Peter Tirkson o el brasileño Odilo P. Scherer el contrapoder papal, la curia, podría seguir a sus anchas. A no ser que tuviera a su lado a un conocedor de los entresijos vaticanos como el exPapa, en una situación inédita. Sea quien sea el elegido por el Cónclave, se encontrará con una compleja agenda de asuntos por resolver.

LAS REFORMAS TRUNCADAS Un hombre solo en la sala de mando, por colaboradores que tenga, no puede humanamente gobernar una institución de 1.200 millones de personas, en cinco continentes, con al menos 2.500 idiomas distintos y culturas muy distantes (las hay que practican la monogamia, la poligamia e incluso la poliandria).

El Concilio Vaticano II (1963-1965) introdujo el concepto de "colegialidad" para el gobierno de la Iglesia, pero cuatro papas desde entonces no parecen haber dado con la fórmula para aplicarlo. Los sínodos, que periódicamente reúnen en Roma a los obispos para debatir un tema, resultan insuficientes si son solo consultivos. Benedicto XVI ha traspasado más poderes a los obispos diocesanos, pero se ha arrogado para sí la selección de los obispos, después de casos en los que, si no pagaron por su consagración, fueron por lo menos económicamente generosos con sus mentores.

BANCO SIN PRESIDENTE Más asuntos por resolver. En la curia trabajan más de 3.000 personas, cantidad absolutamente innecesaria si hubiera una estructura más horizontal. El banco del Papa lleva ocho meses sin presidente, después de que lo nombrase Benedicto XVI y lo defenestrara el consejo de administración. Obispos alemanes pidieron la cabeza del secretario de Estado, Tarsicio Bertone, por "inadecuado", pero sigue en su puesto.

Hay quien piensa que la jerarquía católica es sexófoba porque es íntegramante masculina. Algunos sociólogos arguyen que la rigidez sexual constituye una forma de control social. Y en el pasado, el Vaticano --junto con los países árabes-- abortó un plan mundial de la ONU para el control de la natalidad.

Pero todo esto no debería impedir plantearse qué hacer con los divorciados católicos, ni servir para rechazar la educación sexual en las escuelas, ni silenciar la necesidad de encontrar la manera de reemplazar a los sacerdotes, que aumentan a un ritmo del 0,6% anual, seis veces menos que la población católica. Las mujeres no pueden ser sacerdotes, porque "la Iglesia no tiene facultad para ello". Numerosos teólogos discuten el argumento. Sobre la homosexualidad, Benedicto XVI ha dicho que "no es moralmente justa". "Concentrarse sobre el profiláctico significa banalizar la sexualidad", ha dicho, añadiendo que "tampoco resuelve el problema del sida".

DISCURSO ANTIGUO Las nuevas generaciones de católicos no entienden la mayor parte de los lenguajes eclesiásticos, sean sermones o documentos, porque la Iglesia usa terminología occidental y antigua. El diario católico La Croix ha escrito sobre "el malestar creciente del sistema católico, cuya lógica y palabras son cada vez menos comprensibles por la cultura occidental". No digamos por otras culturas.

En la actualidad, los sínodos africanos se celebran en Roma y para muchos ciudadanos de ese continente el pan y el vino de las misas carecen de significado. El obispo Milingo, de raza negra, supo sintentizar el problema con una pregunta: "Si la Iglesia católica es universal, ¿por qué en Africa no habla africano?".