El grueso de los 75 obispos que el martes elegirán al presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) hasta el 2014 se predispone a seguir la máxima de Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, que aconsejaba no hacer mudanzas en tiempos de tribulación. El Papa está al llegar --volverá a España en agosto cuando no habrán transcurrido ni diez meses desde que se marchó-- y el desembarco del PP en el Gobierno, el partido político en el que más trata de influir la jerarquía de la Iglesia católica, puede que no tarde. Una tercera consideración viene en auxilio de la calma chicha: emborronar las últimas páginas de una biografía eclesiástica brillante como la del cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, descabalgándole inesperadamente del sillón del poder, no sería de recibo.

El episcopado ya le hizo un feo mayúsculo en el 2005, cuando el entonces obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, le desplazó con el viento en contra de la presidencia. A Rouco aquella derrota se le indigestó. Tres años más tarde, en el 2008, planteó batalla y recuperó el cetro.

Ahora no oculta, de puertas adentro, que quiere conservarlo. Así que es improbable que se le procure un segundo revolcón. Máxime cuando se trata de su última oportunidad, pues en agosto cumplirá 75 años y tendrá que presentar su renuncia como arzobispo al Pontífice octogenario. Tener un pie en la jubilación no ha sido obstáculo para que el purpurado gallego, habitual del ordeno y mando, se postule para el cargo.

En las elecciones de la CEE, al igual que sucede cuando los cardenales se encierran en la capilla Sixtina para nombrar al Pontífice, no hay candidatos. Una votación de sondeo arroja luz sobre aquellos que cuentan con más posibilidades de obtener respaldo y, a partir de ahí, se perfila la selección.

Si uno de los favoritos desea retirarse de la contienda ha de enviar una señal inequívoca de que renuncia a seguir, antes o inmediatamente después de la votación de tanteo. De lo contrario es un firme aspirante al cargo. El purpurado gallego ambiciona el puesto porque así lo ha dado a entender su entorno y él jamás lo ha desmentido y solo un hecho inesperado podría hacerle desistir de su empeño en la recta final.

EL RETIRO A las puertas del retiro, el arzobispo de Madrid tenía la alternativa de decantarse por una retirada elegante: prorrogar unos meses su permanencia al frente de la CEE, convocar elecciones a fines del 2011, renunciar a presentarse e inaugurar una etapa de renovación. Ratzinger, al que con 83 años debe incomodarle enviar a los prelados a casa con 75, le mantendría uno o dos años más en el arzobispado, según una ley no escrita, para preparar su traslado y acomodo en los cuarteles de invierno del colegio cardenalicio.

Esa opción no iba a privarle de protagonismo durante la estancia madrileña de Benedicto XVI en agosto y le permitía apuntarse en su haber el previsible éxito de la convocatoria de la Jornada Mundial de la Juventud, a la que han sido convocados millones de jóvenes. Pero no, Rouco prefiere enviar la señal de que, de momento, no se jubila.

Si todo sale bien, la solución por la que ha apostado le garantiza que no será relevado como arzobispo mientras ostente la máxima representación de la CEE. Los obispos dispuestos a entregarle el voto son mayoría. Para ellos Rouco "transmite seguridad" y gobierna "con tino, firmeza y cintura", como ha dejado escrito el sacerdote Jesús de las Heras, director de la revista Ecclesia , ignorando que sus modos intransigentes, dentro y fuera de la CEE, propiciaron la llegada de Blázquez, obispo sin carisma y carente de cualidades de mando, al frente de la nave. Sus detractores se resignan a la ausencia de alternativas. Rouco no tiene esta vez adversarios con posibilidades de desbancarle. O eso parece.