Siete años en la vida de un artista joven son a veces una distancia fundamental en su evolución, de manera que puede resultar irreconocible la obra que comprende los extremos de esos años si se ha definido un estilo. Pero esas etapas de definición ya las pasó Julián Gómez (Cáceres, 1966) hace tiempo y al reaparecer ahora en la galería María Llanos con su primera exposición individual desde 1996, uno puede encontrarse con el mismo artista de entonces y a la vez con un artista nuevo.

Uno puede ir a su casa (previa invitación amistosa, claro) y ver allí, en su taller, cómo ha ido haciendo lo mismo diferente: sus cuadros blancos en los que los colores parece que están yéndose del lienzo.

Ahora podría decirse que están atrapados en estas nuevas obras: Gómez trabaja los lienzos (blancos, con formas geométricas coloreadas) y después los encierra en una urna, en otro marco, de metacrilato, con lo que al ver los cuadros, los colores siguen estando allí y siguen yéndose. ¿Qué esto? "Es como la memoria: las cosas se desvanecen y queda de ellas un poso", afirma el artista. María Llanos dice que los cuadros de Julián Gómez son Julián Gómez: se refiere al blanco y a la pureza. Y podía pensarse que la correspondencia entre virtud y virtuoso resulta algo exagerada y hasta anacrónica. Pero no. Quien lo conoce, lo sabe.

En su exposición, el artista muestra igualmente una serie de construcciones en latón, que parecen el esqueleto de sus cuadros. "La escultura me ha abierto también el camino a la pintura, a través de esos huecos que conducen al blanco de la pared". El contenido de cuadros, u "objetos", y esculturas es "el de la música: tienen, como ella, su ritmo".