TUtn tipo trabaja en una revista gráfica y le pagan por ello mil euros al mes, de los cuales aún le deducen un pico en impuestos que irán a parar a los bolsillos de otro tipo que tiene asignado un salario anual de mil millones de pesetas. Y resulta que el obsceno es el tipo de la revista por hacer un chiste y no el que se lleva los mil millones. Acaso lo obsceno sea que nos hayamos acostumbrado a no replantearnos la licitud de ciertas normas y que le concedamos tan poco crédito al sentido común. La obscenidad siempre fue ligada al concepto que de lo extraordinario tuvo cada generación. Muchas cosas que nosotros consideramos cotidianas las percibieron las generaciones pasadas con escándalo. Existía no hace tanto un tipo de hombre conocido como "tobillero" porque pasaba horas atrincherado en las paradas de autobuses sólo para mirar los tobillos de las mujeres que subían a los aparatos. Moría gente de hambre por las calles mientras que otros veraneaban en un hotel de San Sebastián, pero lo obsceno eran unos tobillos de mujer. Son paradojas que nos haría sonrojar si tuviéramos que rendir cuentas ante un tribunal extraterrestre, pero que están lejos de desaparecer. Si abre usted un periódico de la semana pasada verá que en la misma página se celebra como un éxito colectivo los miles de millones de beneficio obtenidos por una entidad financiera junto con otra noticia que dice que la mitad de los extremeños sacrificarán sus vacaciones para pagar las cuotas de la hipoteca. Eso sí que es una obscenidad. Pero resulta que los jueces y, lo que es más triste, la sociedad entera, seguimos con los ojos clavados en los tobillos de un problema menor.