Hola! Buenas desde el restaurante Maila de Olivenza. Maila o Maíla, que lo del acento resulta, al menos para mí, un arcano tan irresoluto como irresoluble. Maila o Maíla, algo así como el milagro de los arroces que tuvo lugar por estas mismas calles cuando el hambre de los cuarenta apretaba. Olivenza es villa milagrera. El sacrosanto milagro del arroz, el sabroso milagro del Maila o Maíla, y el soberano milagro de su feria del toro.

De las farolas cuelgan carteles --entre rojo socialista y morado podemita-- que repiten: Olivenza, capital del toro. Según se viene de Badajoz, a la altura del Hotel Heredero, una valla, ¡vaya con la valla!, dice: Olivenza, capital de la sonrisa. Me viene a las mientes mi Almendralejo del alma, capital de la cordialidad. Mucho coche en el Heredero. Los feriantes, los unos y los otros, atracados ya en la riberas de este mar de dos orillas.

Desayuno en Cuatro Caminos, un bar de los de antes; de antes de que se inventara el cable. Cables sueltos por doquier y la más extraña palanca para el inodoro que recuerdo haber utilizado en mis casi sesenta años de evacuaciones mixtas. Bar Cuatro Caminos, especie protegida; si no lo es, debería serlo. Los cables, la tostada de jamón y el café recio como la sierra en invierno. ¡Qué tostada! Con el jamón que la desborda dan seis raciones en los restaurantes almidonados de las capitales.

La calle de la plaza era, cuando Portugal, calle de Juromenha y enfila, ¡no podía ser de otra manera! a Portugal. En la taquilla un muchacho, al que el acento le delata como mexicano, me entrega mis entradas. Las mías, las de mi hija, las de mis amigos de Vitoria y alguna más para quien no diré. Amable el mexicano. Blancos los dientes. Tierra de Cortés. Delante de mí, un nogaleño escudriña los precios de los «boletos», que dirían en tierras aztecas. Por allí también Cheli Lorente, el alma de la fiesta. Fiesta. Y Alfonso Rey, el pintor. Y Berna Píriz. Llamarse Píriz da para mucho en Olivenza. Hablamos de toros y de la ausencia de Perera. Puede que, si Emilio de Justo no acaba de recuperarse de su mano izquierda, la operada, veamos a Miguel Ángel Perera. Perera es parte de esta feria. De no ser Emilio, que sea Miguel Ángel. Por cierto, Berna me confirma que volverá a ser el candidato del PP a la alcaldía.

Desayuno luego en un sitio nuevo del Paseo: el nombre cuasi en moro, como la decoración. La tostada de zurrapa de lomo majestuosa. La Tetería le llaman. Apunten.

Ya medio desayunado me encamino a la carpa. La inauguración es a la una, pero cuando llego, a eso de las once, ya hay vida. Me topo otra vez con Alfonso Rey. Este año expone en la carpa. Otros años lo hacía en el difunto Hotel Arteaga, y ya finado el anterior, en el propio Maila. O Maíla. Sus tablas, pintura taurina sobre viejas puertas y más viejas contraventanas, tienen la verdad del toreo. Y los botijos. Los botijos son sagrados. La liturgia es el toro. En Viveros, en Casa Pacheco, tienen un botijo manchego que fue de Julio Robles; le rezo como se reza a una Virgen. Un mozo de espadas sin botijo es medio mozo de espadas. Alfonso pinta botijos bellos, repletos de toros y de torería. Me enseña alguno de los carteles en los que anda trabajando. Le cito para Bilbao.

Por allí también la gente del Patronato de Tauromaquia de la Diputación de Badajoz. Han traído unas gafas de realidad virtual para torear; no me atrevo a decir que no a Pedro Ledesma. Gracias a Dios, y a San Pedro Regalado, patrón de los toreros, el aparato venía sin pilas (o similar) y el susto se quedó en susto nada más. Charlo. Charlar es vivir. Luis Reina, el maestro, me cuenta que toreando un festival en Eibar fue a brindar y el sombrero cordobés cogió tal vuelo que se perdió más allá de la plaza; y, en eso, un guasón gritó: ¡De Almendralejo tenías que ser! En aquellos años setenta, Reina era santo y seña de orgullo para todos los extremeños que levantaban España trabajando en el País Vasco. Lo tenían siempre en la boca. El primer extremeño que conocí, lo tengo contado, fue Pepe el Largo. Uno de Almendralejo que no necesitaba escalera para pintar los techos. Solo la sonrisa la tenía más larga que las piernas. Y yo me hacía cábalas sobre aquellas tierras lejanas donde los hombres eran tan largos y tan buena gente. Reina es más bien bajito, pero lanzando sombreros cordobeses es un titán. Almendralejense, por supuesto.

Va llegando la gente. Joaquín Domínguez, el empresario que anda metido en el lío del festival de Barcarrota del próximo 30 de los corrientes; un cartel de figuras. Y el simpar Paco Naharro, con su abono de Las Ventas renovado y los 86 cumplidos. Son la gente. Mi gente. La gente del toro.

Y los políticos. Yo soy varista. Es un defecto que tengo a gala. Es la una y la comitiva, como en una suelta de vaquillas, entra en tumulto. Vara en macareno. ¿Les he dicho que soy varista? Cuando le oigo hablar de toros, más. Y más cuando lo hace de frente. Cuando habla de emociones. Y de libertad. Cuando se levanta frente al pensamiento único. La tauromaquia no se defiende con meras razones económicas. Eso no importa. Si fuera condenable, ni todo el oro del mundo bastaría para salvarla. Importa la ética. La libertad,… y por montera, las emociones. Creo que Vara habló desde el corazón. Como creo que Celia Romero cantó desde el corazón. ¡Qué portento de corazón que canta! Inaugurada queda la feria. ¡Que Dios reparta suerte!