Olivenza amanece por Táliga. Son las nueve menos algo en el hotel Heredero. Aquí lo único que se mueve es el BMW de Cutiño; marcha atrás. En las redes ya se sabe que Perera viene por Emilio de Justo. Todos querían ver a Emilio. Todos quieren ver a Miguel Ángel. Se hizo la calma en el encinar. ¿Querrá Miguel Ángel? se preguntaban los más avisados. Quiso. Porque es torero. Por esta vez triunfó la razón.

Casi colisionamos. Cutiño marcha atrás y yo marcha alante. Alante, que es más torero. Adelante para los moñas de a diario. Para la oficina y la covacha. «¡La pata palante, torero!» El empresario habla por el móvil (el auto parado paradísimo, por supuesto). ¿De qué hablará el virrey oliventino? ¡Saludos a los mandamases de la otra orilla guadalupana!

En la barra del Heredero se mueve algo más. Una señora (gorda) de La Codosera. Dos, entrados en años, en una mesa (al fondo a la derecha). Tres banderilleros piden Colacao con algo de mojar. ¡Qué arte tienen en Antequera! Sus molletes y sus picadores. Supongo que serán de por allí. De acentos no ando fino. El mexicano de la primera crónica resultó ser venezolano (circunstancia que no empece para que los dientes le brillaran como a un dios azteca). Los picas hablan de lo suyo. El camarero, diligente, me deja el buen recuerdo de la buena gente oliventina. Los de Vitoria desayunan en el comedor. No quiero importunarlos. Media de york, y en marcha.

La carpa, a eso de las diez, está comatosa. En silencio. Ni pajaritos. El sol ya está alto. Pienso en Táliga, en esos cercados de bravo que festonean la carretera de Santo Domingo a Táliga. El toro en majestad. Las inmensas chimeneas portuguesas y un mundo que no debiera morir jamás de los jamases. De la carpa a la taquilla. Aquí todo huele a toros y toreros. El «Rey de los pinchitos», un artilugio ambulante, se rotula Marín y, en el mismo paseo, la panadería, Garrido. La panadería está abierta y tiene cola. Merodeo. Venden porciones de técula a dos euros. Recuerdo. El primer regalo que me hizo un cliente en el ejercicio de mi profesión de abogado fue una técula mécula. Una entera. Como de a kilo. Pensé en cepillármela ahogándola en un vasito de leche. Error fatal. En mi carrera de tragaldabas mayúsculo fue uno de mis primeros nocauts. La técula de a kilo me tumbó al primer asalto, y, aún, treinta años después, le guardo un respeto reverencial.

Me encuentro con Benito Márquez, el jefe de la policía de aquí. Benito anda como desfila. Tiene el porte de la infantería española. Me saluda gentil. Se lo agradezco. Hablamos del tráfico durante la feria. Me describe el operativo con precisión de comando.

Maxi, a la puerta del Mayla, recibe a sus empleados. Rosa y los demás. Hacen un trabajo de maquinaria suiza. Me sonríen. En eso llegan los del hielo. Descargan. Pasa el que fuera novillero, Juan Carlos Berrocal; ahora anda metido a cantante. No sé si de cantante se sale, de torero..., ¡nunca! Es como el sacerdocio. Imprime carácter.

Bajo por la calle Colón enredándome en los zaguanes de las casas oliventinas. ¡Elegantes! Como las gentes que a mi tierra vinieron, que escribiera Manuel Machado. Manuel, Antonio,..., poetas del toro. Baroja, mi paisano, era menos de toros, era, más bien, partidario de exterminar a los taurinos (y a los judíos). ¡Ay, Don Pío!

Llegan, desde Badajoz, los novillos de la mañana. Salen los cabestros y entran los novillos. Joaquín Domínguez, ahora en calidad de apoderado de Juanito, está al acecho. Le digo que en la crónica de ayer le llamé bóvido; me mira con cara de idem. Aparece mi cuadrilla de plata: Pepe Elbal, Ismael Jiménez y mi entrañable Fernando González. ¡Mi cuadrilla de plata! En la taquilla anuncian la sustitución. Muchos franceses. Parece que se madruga más al otro lado del Bidasoa. ¡Garçon, garçon...!, oigo a mi espalda.

Los muchachos de la escuela charlan en un corrillo. Saludo, como quien brinda, a Manuel Perera, un becerrista que ya ha pagado con sangre su amor a esta pasión milenaria. Por allí también Santiago Román, aficionado de bandera. Charlamos de lo visto hasta ahora. Es el momento de un cafelito y una parrafada. Con uno, con otro...

Me gustó Fran Jerez, con un toreo de antes de Manolete, ajeno a la verticalidad que impuso el cuarto califa. Medroso también, pero en el mejor sentido del término. Y Fran Amaya, el de Cheles, entre otras cosas porque traía el traje apagado. No me gustan los becerristas con las luces de posición encendidas. Decía Napoleón que cada soldado de Francia lleva un bastón de general en el macuto. Los becerristas deben llevar las luces en la muleta. Y me gustó Luis David Adame; Luis David ha dejado de ser el pequeño de los Adame. En realidad nos gustó a todos. Maravilloso ese quite por lopecinas. Jesús Reynolds, sesudo aficionado, que no es de florituras, tendrá que torcer el brazo. El quite de Luis David Adame y la puya de Tito Sandoval. Y tres de los seis toros de Joselito.

En estos pensamientos estaba cuando me pasan por una máquina digital la entrada. ¡Cómo cambian algunas cosas! Ya nadie te la rompe. Pero antes, aún rotas, eran más bonitas. Compruebo que mi Montecristo del 2 está en la purera. Lo sobo. Le tiento los aceites, lo caliento entre mis dedos. Hoy Carlos Domínguez debuta con caballos. Mi localidad me espera año tras año. Vivir es volver. Creo que lo dijo Azorín. Volver a mi barrera de sol, tendido 5, asiento 65. ¿Cómo estás, plaza de todas mis dulzuras? Olivenza es dulzura. Lo ha dicho Manolo Molés. Él algo sabrá de esto. Corto el puro, acerco mi zippo entre el tufo narcótico de la gasolina, y le doy fiesta al Montecristo. Luis Antunez rompe plaza. ¿He dicho fiesta? ¡Fiesta!