Hace dos años Moses Von Kallon, un joven de Sierra Leona, descendió (agotado, ilusionado y expectante) por la pasarela del Aquarius de la oenegé Open Arms y se encontró con una enorme operación de bienvenida retransmitida en directo por cientos de medios de comunicación desde el puerto de València. Era el 17 de junio del 2018 y como él, lo hicieron otras 628 personas a las que varias oenegés rescataron ante las costas de Libia y que se quedaron al pairo cuando Italia y Malta les negaron la entrada. El Gobierno de España se ofreció para acogerlos y hoy se sienten olvidados.

«Hubo muchas promesas del Gobierno cuando estábamos en el mar. No vinimos aquí, hubo una invitación del presidente, Pedro Sánchez, y de su Gobierno. Mucha gente vino a decirnos bienvenidos, somos familia», recuerda Von Kallon. Pero el tiempo ha cambiado su visión. «Fue una acto de propaganda política», dice. Pero no pierden la esperanza y posaron con réplicas de la camiseta con la que uno bajó de aquel barco mostrando su confianza en España.

Aquella fue la primera gran decisión del recién estrenado Gobierno, como Sánchez contó en Manual de resistencia, un libro en el que aseguraba que salvar esas vidas hacía que valiera «la pena dedicarse a la política» y recordaba el reconocimiento internacional que tuvo el país.

Pero la bienvenida se quedó ahí, denuncian los refugiados. «Si haces promesas tienes que cumplirlas. El Gobierno quiso que todo el mundo supiera que España tenía humanidad. Nos invitaron y se olvidaron. Nadie invita a alguien a su casa para que duerma en la calle», critica Von Kallon. Y eso ya pasa.

Según explicaron en una rueda de prensa, de los 551 que se quedaron en España (78 se fueron a Francia), 374 formalizaron su solicitud de protección pero, aunque en seis meses se debían haber resuelto, a finales de mayo apenas había 66 resoluciones y 49 eran negativas. Nueve están archivadas y ocho aceptadas.

Sospechas

Von Kallon tiene claro que en otros casos no habría sido así. «¿Por qué se han olvidado de nosotros? ¿Porque somos negros de África?», expone. Con su mejorado español afirma que «si ese barco hubiera llevado inmigrantes europeos o americanos blancos, las promesas se habrían cumplido el primer mes». «Nosotros no tenemos poder. Pero nadie pide dónde nacer, ni el color de su piel. Nacemos todos como personas dignas, nadie ha nacido para ser inmigrante sino para ser libre», dice. Y pide que quien no pueda acceder al asilo lo haga a otra protección humanitaria.

A quien le han denegado la protección le retiran también la tarjeta roja que tienen en virtud de esa petición y que hace que puedan residir y trabajar legalmente pero que tienen que renovar cada seis meses, lo que frena a muchos empresarios a la hora de contratarles. Sin ese documento pasan a ser irregulares y no perciben ayudas. «Hay gente que ya está en la calle. Eso puede empujar a la prostitución a las mujeres. Intentamos ayudarnos entre nosotros», detalla.

Von Kallon esquiva los motivos que le llevaron a migrar. «Es muy difícil hablar de ello. Nunca pensé que tendría que salir, estudiaba economía en la universidad, pero había una guerra y hay veces que no hay otra opción», afirma. Ha trabajado en el campo, en la construcción y ahora recogiendo ropa de contenedores. «Da para el alquiler y comer», resume. «Nuestra vida es como si estuviéramos todavía en medio del océano. No sabemos hacia dónde vamos ni si vamos a sobrevivir», aseguran en el manifiesto que leyeron.

A las dificultades de la precariedad se une no tener familia o amigos, los recuerdos que les persiguen («no puedo olvidar lo que pasamos en Libia») y estar lejos de casa. «Estaba aquí cuando se murió mi hermana pequeña. Al principio no pude ni llorar, no tenía con quién hablar. Estaba solo y tenía que seguir estudiando español», recuerda.

El programa de acogida en el que entraron y que les permitió aprender el idioma y empezar a integrarse se acabó a los 18 meses de su llegada. «Es muy poco tiempo. No sabes un idioma que tienes que conocer para trabajar pero para integrarte necesitas entender también la cultura», explica este joven.

Sus críticas al olvido gubernativo, tras agradecer su acogida, se convierten en elogios a todas las personas que les ayudan, desde trabajadores sociales a miembros de oenegés. «Lo hacen no por dinero sino por ser personas. Es lo que se necesita en el mundo, gente que trabaja por humanidad», afirma.