El DDT o dicloro-difenil-tricloroetano, un insecticida prohibido en muchos países desde hace 25 años, volverá a forma parte de los programas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en sus campañas para erradicar la malaria, según acaba de anunciar el organismo de la ONU en una decisión tan sorprendente como controvertida. El DDT, vinculado desde 1960 a una grave pérdida de biodiversidad y a diversos tipos de cáncer, "no presenta riesgo alguno cuando es utilizado de manera correcta", dice Annarfi Asamoah-Baah, subdirector general de la OMS. El compuesto, prosigue, será empleado para rociar las paredes interiores de las viviendas y así acabar con los mosquitos que transmiten el plasmodio, el parásito mortal.

Es todo cuestión de prioridades: considerar las ventajas y las desventajas. "Debemos tomar una posición basada en la ciencia y en los datos", insiste la OMS. Pese a la infinidad de estudios en su contra, el DDT sigue teniendo grandes defensores.

Al DDT, ciertamente, se le deben algunos de los grandes logros en la histórica lucha contra la malaria, enfermedad que anualmente mata a unos tres millones de personas, la mayoría niños, y que sufren en total otros 300 millones. En Sri Lanka y Bangladesh, por ejemplo, las campañas de fumigación de finales de los años 50 redujeron la incidencia de la enfermedad hasta prácticamente cero. También hubo éxitos en Zanzíbar, Kenia y Malaui.

El DDT lo tenía todo: era un insecticida eficaz, de bajo coste y sin problema de patentes. Prueba de ello es que los países industrializados, entre ellos España, lo usaron como pesticida agrícola.