El estado anímico de Toronto mutó ayer con mayor intensidad que cualquier virus. Tras una semana de intensas presiones políticas, la Organización Mundial de la Salud decidió retirar desde hoy la recomendación que había dado el miércoles pasado de no viajar a la capital de Ontario, la mayor ciudad de Canadá, donde el brote de síndrome respiratorio agudo grave (SARS) parece controlado y limitado a los centros médicos.

La satisfacción de las autoridades, tan preocupadas por las desastrosas repercusiones económicas de la medida como por contener el contagio, se impuso a la indignación de la última semana.

"Nuestras puertas están abiertas", declaró en Ginebra Tony Clement, el ministro provincial de Sanidad de Ontario. Sus palabras, tras el anuncio demostraron que en las mentes de las autoridades canadienses ha estado tanto la lucha contra el coronavirus como la reactivación del turismo, segunda industria de la ciudad.