TCtuesta volver a la rutina. Desalienta el reencuentro con el despertador. Nos resistimos a perder el control de nuestro tiempo. Muchos somos los que, durante los primeros días, imaginamos una vida laboral con menos horas presenciales. Días pasados coincidimos varios amigos a la hora del desayuno. Soñábamos con los labios posados en las tazas de café. Nos imaginábamos en casa, solos ante el ordenador, frente a la ventana con el viento fresco de la mañana agitando las cortinas; lejos del ruido de las oficinas, alejados de las fricciones cotidianas con los compañeros y con los jefes también lejos de nuestro espacio vital. Teníamos los ojos soñadores mientras nos deleitábamos pensando que podríamos retozar un rato más en la cama y en la música relajante que pondríamos de fondo mientras trabajábamos en zapatillas.

Cuando oí pronunciar esa palabra se me encendieron todas las alarmas. No nos vestiríamos porque no tendríamos necesidad y, quizás, terminaríamos incluso por no lavarnos y andaríamos por casa hechos unos zorros, en bata y pantuflas; con esa pinta nos daría vergüenza bajar la basura y se nos acumularían los desperdicios. El sueño se nos estaba agriando ¡Qué es la vida sin las fricciones con los compañeros, sin sus chistes, sus chismes y sin las cañas de final de jornada! Solos en casa, desgreñados, mirando al ordenador o entreteniendo el rato de descanso en hacer camas y limpiar polvo, sin nadie con quien echar unas risas.

Decididamente no. Concretamente yo no aguantaría la presión de la soledad y el silencio. Benditas oficinas, amados compañeros y muy queridos jefes. Las tazas estaban ya vacías. Allí las dejamos, pegados en sus fondos los desechados sueños del trabajo on-line.