No me ha sorprendido el informe interno del FMI: no había que ser una lumbrera para adivinar que se equivocó al no ver venir la crisis y la magnitud de la misma. Me han llamado más la atención otros aspectos de la noticia, que quizá sean de menor importancia si los comparamos con la propia crisis, pero que podrían ser extrapolables a muchos ámbitos. Resulta que sí que había dentro del FMI quienes eran conscientes de la grave situación que se estaba fraguando. No será la primera vez --ni la última-- que quienes viven en un pedestal acaban por tener una visión distorsionada de la realidad: unas veces porque se la maquillan quienes deberían desvelársela y aclarársela; otras veces porque éstos no se atreven a poner nubes en el límpido cielo de sus jefes. Parece ser que altísimos funcionarios, con una preparación técnica incuestionable, admitían "tener miedo a arruinar su carrera por emitir opiniones discrepantes". He de decir que puedo llegar a comprenderlos: el mundo está complicado para afirmar que el emperador va desnudo mientras las masas alaban el brillo y la textura de unas telas invisibles. Habitamos un ecosistema en el que, para parecer ligeramente cuerdo, hay que simular ser un borrego más. Se alaba el espíritu crítico en los discursos, pero se agradece más el aplauso y la palmadita en la espalda, aunque sirva para empujar al precipicio. Para tomar decisiones importantes hay que tener buenos consejeros. De ellos se espera que conozcan bien la materia y que sean muy libres para expresar opiniones discrepantes. Tan importante es lo primero como lo segundo.