El tsunami deja una costosa factura humana y económica, pero también una oportunidad para que Japón se reinvente. No es nuevo. Aquel país derrotado, arrasado por las bombas atómicas y con el estigma de la villanía, se convirtió en apenas tres décadas en el epítome de la modernidad, en una potencia que discutió a EEUU su hegemonía. El corolario de su au- ge fueron los recelos que recibió de Washington, los mismos que sufrió antes la Unión Soviética y, ahora, China.

El Gobierno ha repetido que la crisis actual es la peor desde entonces, y que será necesaria la unidad para repetir la homérica reconstrucción. El primer ministro, Naoto Kan, ha alentado el nacionalismo y ha apelado a la ancestral capacidad de sacrificio.

Pero el patrón social es muy diferente. Japón siempre ha pivotado sobre el wa --traducible como armonía o unidad-- que prioriza al grupo sobre el individuo. Y muchos se lamentan de que el wa se ha debilitado.

El gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, vio en el tsunami "un castigo divino" por "el egoísmo" instalado en la mentalidad japonesa "durante un largo periodo de tiempo". Aunque tuvo que retractarse por las críticas, ese discurso no es extraño en los más ancianos y los nacionalistas más recalcitrantes. La gesta de los operarios de Fukushima que arriesgan sus vidas se ha ensalzado como un canto a los valores perdidos.

La crisis ha golpeado Japón con su autoestima baja: sucumbe ante China, es solo un vasallo estadounidense en el tablero global, pierde conquistas laborales y se debilita su cohesión social. Conservará una de las rentas per cápita más altas del mundo y una altísima esperanza de vida, pero hace tiempo que existe la convicción de que los días de gloria quedan atrás. Hay dudas sobre si la juventud japonesa, consumista como ninguna y crecida en la abundancia, tiene fuerzas y ganas de arrimar el hombro como hicieron sus padres.

Japón aún no ha superado el estado de shock . Llevará tiempo comprobar si la crisis cambiará la mentalidad nacional. Quizá las interrupciones de las fábricas y los transportes que obligan a acortar las jornadas estos días incrementen a la larga el tiempo de ocio. Quizá los cortes de electricidad generen una conciencia de ahorro.

Una sociedad nueva

Aquella resurrección económica del siglo pasado degeneró en una sociedad hipercompetitiva que fomenta la exclusión social. La crisis puede ser un catalizador contra ese neoliberalismo del sálvese quien pueda , opina Manabu Kuroda, sociólogo de la Universidad Ritsumeikan. "Debemos priorizar el desarrollo de las personas y la conservación de la naturaleza, considerar nuevas vías para construir una sociedad nueva", añade Kuroda.

Propone pilares como los derechos humanos, el desarrollo social y acabar con las exclusiones para sobreponerse a la crisis. "Muchos japoneses estarán abrumados durante un tiempo corto, pero encontraremos nuevas vías para reconstruir el país en 10 años", sostiene.