Tres toreros extremeños en la corrida más importante del año, es como un milagro para el toreo de nuestra tierra y muestra momento que vive la tauromaquia en Extremadura. Por ello y dando cuenta de la consideración que le merece, asistió desde un burladero a la corrida el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernandez Vara.

Sin embago, la corrida de Alcurrucén resultó deslucida y sólo Gines Marín paseó una oreja del tercero, la única que se cortó en una tarde complicada, pues un sector de la plaza identifica la pureza toreando con hacerlo siempre cruzado. Y ese crúzate resulta que hace de la ligazón una quimera y los muletazos, cuando el diestro hace caso, deben de ser de uno en uno. Lo padeció Miguel Ángel Perera y lo sufrió en sus carnes Ginés Marín en la faena al sexto, ya con consideración de figura para ese sector de los tendidos madrileños.

Fue una corrida mansa, de muy poco fondo y con algún toro que desarrolló genio, a veces nada fácil de estar ante ella y rácana en cuanto a regalar embestidas que tuvieran continuidad, con recorrido y por abajo. Y como buenos mansos, casi todos los toros se defendían, se quedaban cortos y querían puntear los engaños. Ginés Marín tuvo el lote más manejable, pero tampoco como para tirar cohetes.

Tocado de pitones y de finas hechuras el tercero, primero de Ginés Marin. Toro frío de salida, como es normal en lo de origen Parladé, no se empleaba pero Gines le dio dos verónicas cadenciosas de bella composición. Preciosa la larga cordobesa con la que le dejó en el caballo. Bien picado por Guillermo Marín, se llevó una ovación de gala. Quite a la verónica de Ginés, dos y la media, lo que no abunda en una época tan adocenada de toreo de capote, y quite por chicuelinas de Ferrera. Se paró el toro en el capote de Antonio Punta y esperó en banderillas.

Comenzó el oliventino la faena con el revés de la muleta, y remató con uno de pecho de mucho aguante. Fue el más potable del encierro en la muleta pero le faltó transmisión y le sobró sosería.

Hubo en esa faena suavidad y dulzura en el estar y llevar al animal, con toques casi imperceptibles. Por ambos pitones y con temple corrió Ginés la mano al alcurrucén, con primor en los remates: el cambio de mano, la trincherilla y el pase del desprecio, hasta que se quedó sin toro.

El sexto se defendió en los dos primeros tercios. Manso de libro en el caballo, lo lidió bien Fini pero cortaba en banderillas. Nada prometía pero Ginés Marín comenzó la faena puesto en los medios. Daba al animal 20 metros y lo citaba con la muleta adelantada. Poco picado el toro, se le arrancó como un obús. Serie importante, y otra segunda en la que, sintiéndose podido, comenzó a salir del muletazo con la cara alta. Se abría en exceso el astado pero Ginés quería ligar, por lo que su toreo era descruzado citando al hilo, como única forma de que aquello tuviera continuidad. Y la tuvo, con una parte de la plaza que quería aplaudir, y la otra, que ya se sabe.

Si bien el lote de Ginés Marín fue al menos manejable, el de Miguel Ángel Perera fue malo sin paliativos. Su primero no se dejó torear con el capote y manseó con mal estilo en el caballo. En el tercio, sin atacarlo en exceso al principio de faena, trató de llevarlo largo pero el animal embestía rebrincado y se quedaba corto. Al natural salía el animal con la cara alta. Fue un toro sin clase alguna, lo que no fue óbice para que flaqueara Perera con los aceros.

El quinto resultó también muy deslucido. Se movía pero también mentía, porque no humillaba y no tenía recorrido, a pesar de lo cual Perera hizo el esfuerzo y le sacó muletazos de buen trazo y remate. pero con ello la exigencia de torear cruzado.

También sorteó un mal lote Antonio Ferrera. Huido del caballo su primero, hubo que picarlo donde y como se pudo, y esperó en banderillas.

En el tercio, frente a la querencia de chiqueros y sin probaturas, inició la faena al natural. Transmitía y mucho, era un manso encastado. Siguió con la zurda, toma y daca, no tenía buen final el alcurrucén, salía con la cara alta. Toro mentiroso, que se movió sin clase. Y en esas estaba Ferrera cuando le enjaretó una buena tanda al natural, sin dejarse tocar la tela, muy ligada. De uno en uno, en la misma puerta de toriles, jaleados por casi toda la plaza menos por los puristas del crúzate. Fue, obviamente, una faena con altibajos.

El cuarto era de esos que lo que buscan es la yugular del torero, era un toro áspero y con genio, que no humillaba. Salvo ponerse, poco más pudo hacer Ferrera.