Como han subrayado reiteradamente los sectores más progresistas de la Iglesia católica, el celibato sacerdotal es una disciplina y no un dogma, es decir, no es una de las verdades reveladas por Dios y por tanto irrenunciables.

De hecho, según varias fuentes, el celibato se impuso entre los siglos XI y XII para evitar que los sacerdotes llevasen a cabo abusos y para que se dedicasen por completo a sus labores pastorales.