Al principio, me entusiasmó la respuesta popular a la nueva ortografía de la Real Academia. Los foros de internet bullían de airadas protestas e interpretaciones varias, casi siempre contrarias a las novedades. La mayoría las calificaba de sandeces, por utilizar un eufemismo, aunque ganaban por goleada los insultos. ¡Esos académicos degenerados y vendidos al capital hispanoamericano quieren convertir nuestra i griega en una ye descafeinada! Es una barbaridad y un atentado a nuestro idioma, gritaban los ofendidos. ¿Cómo vamos a escribir guion o truhan, y de qué manera interpretaremos solo quiero café solo, o esta mañana vendrá, sin una mísera tilde que nos lo aclare? Hasta ahí podíamos llegar. Y de cuórum y Catar, mejor ni hablamos. Pero cómo convierten un país en un verbo. Un despropósito. Hervían los foros plagados de maldiciones contra los académicos y consignas tipo españoles uníos contra la barbarie, etc. etc. Y yo, ilusa de mí, me conmuevo emocionada, ante la defensa del latín, ante el respeto a nuestra lengua. Pero, enciendo la tele, escucho las noticias, o paso las páginas de algunos libros. Y me pregunto dónde está el clamor popular ante los delitos ortográficos, ante las patadas al diccionario que veníamos encontrando cada día. No me gustan las nuevas reformas de la ortografía, pero a lo mejor sirven para que las personas se preocupen un poco por nuestro idioma. Dejémonos de protestas y actuemos, porque el poder sobre la lengua no la tienen los académicos ni los lingüistas, sino cualquier hablante, aquel que por encima de normas, sabe que hablar y escribir bien no son más que una muestra de respeto.