La vida es de color de rosa en el delta del Ebro desde que en el 2013, parece que en una muy eficaz campaña de control de la vida salvaje, se puso en vereda a las gaviotas patiamarillas (Larus michahellis) y a los zorros (Vulpes vulpes), dos especies empecinadas entonces en ir a las salinas de la Punta de la Banya a comer alitas y muslos de flamenco como si aquello fuera el Kentucky Fried Chiken del reino animal. Vaya que si resolvió aquel flamenquicidio! Este año, según el departamento de Territori i Sostenibilitat se han alcanzado ciras récord de reproducción del Phoenicopterus roseus, el flamenco europeo, algo más desteñido que su primo hermano caribeño, mucho más sonrosado, pero hermosísimo a pesar de todo. Con una fotografía aérea, una lupa y mucha paciencia, la unidad aérea de los agentes rurales acaba de contar 2.201 polluelos nacidos de 2.985 parejas. Solo en el 2017 se supero esa marca, con 2.163 huevos eclosionados exitosamente. Son años de baby boom.

Los flamencos del delta, vaya esto por delante, no son una especie con raíces milenarias en la desembocadura del Ebro, entre otras razones porque ese es un paisaje relativamente reciente. Cuando romanos y cartagineses dirimían sus disputas en la península, no había delta en la desembocadura del Ebro, que se supone que era la frontera natural entre ambas civilizaciones. Cuando por fin lo hubo, llegaron los flamencos, pero siempre de forma intermitente. En los años 70 y 80, por ejemplo, todos los empeños para que los flamencos nidificaran allí fueron calamitosos, pero en 1992, a saber por qué, a las parejas de esta sonrosada especie les pareció finalmente un buen lugar para la cría y Sant Carles de la Ràpita, quién lo iba a decir, pasó a ser una de las cunas mediterráneas del flamenco, lo cual tiene su mérito, porque que se cuentan con los dedos de las dos manos y sobran los pulgares.

ANILLADO

En el año 2006, la colonia de flamencos del delta superaba los 6.200 ejemplares, todo un espectáculo para la vista. No era, eso sí, una comunidad sendentaria. Los flamencos saltan de la riba norte a la sur del Mediterráneo con frecuencia. Los programas de anillado, como el exitoso que este pasado fin de semana se llevó a cabo con la ayuda de decenas de voluntarios, han permitido seguir el rastro de ejemplares nacidos en el delta en Argelia, Turquía, Francia e Italia, y, en casos inusuales, incluso en Senegal y Mauritania.

La cuestión es que la naturaleza se abría paso en ese edén de la Punta de la Banya hasta que, lo dicho, apareció en escena el zorro común, un carnívoro oportunista como pocos, y, sobre todo, esa fuente de sorpresas que es la gaviota patiamarilla, que si en Barcelona ha sido capaz de desarrollar técnicas como las de un leopardo para cazar palomas, en un habitat agradecido como el delta no tiene límites para su creatividad cinegética.

El departamento de Territori i Sostenibilitat decidió poner un dedo en la balanza y decantar el frágil equilibrio a favor de los flamencos, convertidos en una imagen icónica del delta tanto como el arroz y, por ello, una especie a preservar. No es estrictamente una ave amenazada, cierto. La población mundicial se estima en unos 600.000 ejemplares, de los cuales un 60% habita en alguno de los santuarios mediterráneos, y vistas la cifras de reproducción, parece que la cifra va al alza.