"Qué muerte más bonita aquella junto a la persona a la que más quieres". Las palabras del cura apenas consuelan a los vecinos de Montoro, conmocionados aún por la trágica muerte en accidente de tráfico de Ginés Expósito, que permaneció abrazado a su hijo mientras agonizaba para darle consuelo. Una historia que, una semana después, les sigue poniendo la piel de gallina.

Ginés, de 41 años, perdió la vida tras salirse de la carretera en una curva cerrada, cayendo a una poza de cinco metros oculta en la cuneta. En el asiento trasero viajaba su hijo de tres años y medio. Ocurrió la tarde del jueves 10 de noviembre, cuando ambos volvían del colegio de educación especial donde el pequeño, autista, participaba en actividades extraescolares .

El Dacia Sandero quedó volcado sobre el costado izquierdo, completamente desaparecido a la vista de otros coches o de cualquiera que pasase por la A-3129 salvo que se asomase expresamente a mirar en ese pequeño puente. Nada que no hubiese ocurrido antes.

Pero Ginés vivía "por y para su hijo", según su entorno. Por eso, incluso en estos momentos, él fue su primera preocupación. Malherido, y tal vez consciente de la gravedad de sus lesiones, consiguió zafarse del cinturón de seguridad y liberar al pequeño, al que atrajo hacia el asiento del conductor para acurrucarlo y tratar de tranquilizarlo en esos momentos de pánico.

Denuncia tardía

Fue un agricultor que pasaba por allí quien descubrió el coche siniestrado al mediodía del viernes. Habían pasado 20 horas. Los agentes de la policía local que acudieron a su llamada todavía no se han recuperado del impacto de lo que vieron: un hombre, ya fallecido, abrazado a su hijo. El pequeño, con un corte sangrante en la cabeza, "había estado llorando y tenía una cara de tristeza y pena muy grande", recuerda Francisco Millán, el agente que le rescató. Los expertos creen que fue consciente de todo y que el abrazo paterno fue su salvación, porque le confortó en momentos de tensión.

El policía consiguió acceder al pequeño, muy asustado, a través de la luneta delantera. Se lo llevaron al ambulatorio del cercano Castro del Río, donde residía la familia. Mientras, los bomberos todavía tuvieron que bregar cerca de una hora para romper el techo del vehículo y rescatar el cuerpo de Ginés. Rafael Seco, uno de los bomberos, se lamenta de que los elementos se conjurasen en contra. "El hombre podría estar vivo si lo hubiéramos sacado antes".

Todo fue un cúmulo de fatalidades. La denuncia de la desaparición, formulada por María Teresa, la madre del pequeño, no se realizó hasta la misma mañana del viernes, algo que la familia de Ginés no se explica. "Tampoco en el lugar donde cayeron había ningún quitamiedos o elementos que pudieran avisar de que algo había ocurrido", remata Seco.

Ginés dejó su puesto de barrendero para mudarse a Castro, cerca del colegio especializado. Allí también dejó otro trabajo para dedicarse en cuerpo y alma al niño, dado que, según dicen algunos de sus familiares, la madre había dicho que se sentía "poco capacitada para atenderlo sola". Los pocos recursos que tenía los dedicaba al pequeño, por lo que José y Angustias, padres ya jubilados de Ginés, tuvieron dificultades para costear el entierro e incluso el traslado a Montoro. Tuvieron que aprovechar el nicho de un familiar.

Todos coinciden en destacar el carácter trabajador de Ginés, su generosidad y una entrega que, para sorpresa familiar, le llevó a dejarlo todo por atender a su pequeño. No hablaba mucho, pero no le hacía falta para comunicarse con él. "Era como su madre, le daba de comer, le bañaba, lo llevaba al médico", describe una prima, "era sus manos y sus pies". Ahora, y mientras la madre supera el golpe psicológico, el niño permanece ingresado en el centro especial. El accidente aceleró los planes que tenía su padre.