Si el aprendizaje está en todas partes, como asegura la mayoría de pedagogos, si los niños pueden aprender saliendo a dar un paseo, yendo a comprar a una tienda cercana o ayudando a sus padres en la cocina, ¿por qué siguen insistiendo los profesores con los deberes? Realmente, si las tareas que los estudiantes han de resolver en casa tras el horario escolar son ejercicios repetitivos y memorísticos, que se mandan de forma general a toda una clase sin tener en cuenta el ritmo de aprendizaje de cada alumno, «esos deberes tienen poca razón de ser», reflexionaba recientemente Maria Vinuesa, miembro de la junta de la asociación pedagógica Rosa Sensat.

Coinciden con ella, y de forma casi clamorosa, más de 12.000 asociaciones de padres de alumnos, agrupadas en la confederación Ceapa (Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos), que esta semana han empezado a enviar a los colegios públicos de sus hijos cartas pidiendo a los maestros que liberen a los niños de tener que hacer tareas escolares durante los fines de semana del mes de noviembre.

El boicot propuesto por el colectivo se fundamenta en el argumento de que los deberes son un método pedagógico «injusto, ineficaz y contraproducente». También esta semana, el PSOE ha presentado una iniciativa en el Congreso para crear una comisión que los regule.

EL MODELO FINLANDÉS / «Hemos pedido hasta el cansancio sentarnos a debatir sobre los tiempos escolares y los métodos de enseñanza que necesitan y merecen nuestros hijos», explica la Ceapa. Son «tiempos y métodos», insiste la confederación, «que en países que consiguen mejores resultados educativos, como Finlandia o Alemania, hace tiempo que ya tienen adoptados y que les permiten educar mejor, enseñar mejor y respetar a la vez los derechos de los menores», agrega la entidad que aglutina a miles de padres y madres de alumnos. Los impulsores de la innovación pedagógica, las escuelas que están implantando nuevas formas de enseñar, basadas en métodos que sitúan al alumno en el centro del aprendizaje, son otro de los colectivos detractores de los deberes, al menos en su formato tradicional.

Porque aquí, advierten algunos pedagogos, se abre otro debate: ¿de qué tipo de deberes hablamos? Desde el momento en que aprenden sus primeras palabras (en casa) hasta cuando van al teatro o hacen una excursión con su familia, «los niños no paran de hacer deberes, porque están aprendiendo permanentemente», constata el filósofo y pedagogo Gregorio Luri. Esos son los deberes buenos, según definición de Luri. Son las tareas que todas las familias deberían estimular y animar a que sus hijos realicen.

LA BRECHA SOCIOECONÓMICA / «El problema es que esos aprendizajes los hacen a ritmos muy diversos según sea su nivel socioeconómico», reconoce el pedagogo, que alerta, como ha hecho también la OCDE, del riesgo de que las tareas escolares (como las actividades extraescolares) contribuyan a ampliar la brecha entre los estudiantes de nivel socioeconómico alto y medio y los alumnos que pertenecen a familias más desfavorecidas.

Por eso, son cada vez más los expertos que recomiendan a los profesores que den un paso hacia la enseñanza personalizada, «que va más allá del aprendizaje por competencias, que es el que se ha estado implantando estos últimos años», señala Ismael Palacín, director de la fundación Jaume Bofill. La personalización de la formación implicaría unos deberes adaptados al ritmo de cada alumno, en función de sus necesidades educativas.

Mientras tanto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha lanzado serias advertencias y avisa del alto porcentaje de estudiantes españoles que sufren estrés por culpa de los deberes. Lo cifra en hasta el 70% en las chicas de 15 años, uno de los más altos de Europa.

De promedio, los niños españoles dedican alrededor de seis horas y media semanales a cumplimentar tareas escolares en sus casas.