TCtuando la Orquesta de Extremadura acompaña a un solista, al acabar el concierto el público hace salir a saludar al virtuoso varias veces hasta que regala unas propinas. Es entonces cuando el respetable disfruta. Es más, parece que hubiera acudido al teatro esperando esas piezas donde el maestro luce no su profundidad interpretativa, sino sus destrezas: movimientos vertiginosos, pizzicatos endiablados y habaneras con juego de dedos y locura de teclas. Es decir, habilidades músico-circenses.

En España, pasa así con casi todo. Del político no se aplauden sus programas, sino sus fintas dialécticas. El futbolista preferido no es el motor del equipo, sino el que más y mejor regatea. El columnista no sorprende por el contenido de sus artículos, lo que fascina es su ingenio para escribir a diario. He ahí la palabra mágica: el ingenio, que en España es mucho más útil que el rigor, la inteligencia o la perseverancia. Por aquí gustan los malabaristas, los prestidigitadores, los sofistas con gracia y los demagogos con desparpajo. Nuestro libro estandarte se intitula El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha . Fíjense bien: ingenioso, aunque a la hora de la verdad, la novela sea más conceptual que anecdótica. Y hablando de quijotes y de anécdotas, les cuento una: con motivo del aniversario del Quijote , he tenido que leer una par de veces en público sus primeras páginas. A la gente le entretuvo mi lectura, pero no por la entonación ni el contenido, sino por lo bien que paso las hojas con una sola mano y sin apoyar el mamotreto en un atril. O sea, los juegos malabares.