El Gobierno vasco encaró ayer la segunda situación de máxima alerta en menos de una semana con otro mayúsculo despliegue de medidas preventivas. El pasado viernes la amenaza era la llegada por vía marítima de un violento temporal conocido entre los expertos, por la inusual combinación de fenómenos meteorológicos que lo activan, como una tormenta perfecta. Ayer, el peligro venía por vía fluvial y, de nuevo, por una inhabitual concatenación de factores: el caudal de los ríos vascos, en especial el Nervión, creció de forma intimidatoria a causa de las fuertes lluvias y de un imprevisto deshielo en las montañas por las altas temperaturas. El problema añadido, sin embargo, fue que la riada, por su velocidad, iba a llegar a la costa con la marea del Cantábrico en su punto más alto, a las 17.20 horas. El Gobierno vasco respondió por la mañana con medidas extremas.

La batería de soluciones puestas en marcha por el departamento de Interior vasco era indudablemente exhaustiva. Más que un relato pormenorizado, tal vez sirva mejor como ejemplo de su ambición un detalle singular: se informó a la población de que, en caso de ser necesario, estaban a punto las embarcaciones de rescate con las que ir a buscar a sus casas a aquellos vecinos que se quedaran aislados por el agua.

CORTOS Y CON PENDIENTE El Nervión, al final, no se desbordó por un metro. El cálculo exacto de la avenida era complejo. En el norte de España, los ríos, como recordó ayer la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, "son cortos y de mucha pendiente", por lo que "las crecidas se manifiestan con extraordinaria velocidad". Es decir, el tiempo del que disponía el Gobierno vasco para tomar decisiones y ejecutarlas era más bien escaso. Así fue como a las 9.38 horas de la mañana comenzó el bombardeo de avisos a la población.

Si en la tormenta perfecta del viernes se procedió, por ejemplo, a blindar con maderas, ladrillos y otro tipo de barreras los comercios y viviendas de San Sebastián más próximos al mar y a desalojar las playas, ayer tampoco se anduvieron con chiquitas. Pasadas las 11 de la mañana, empleados de protección civil y voluntarios comenzaron a llamar a los padres de los alumnos de una treintena de escuelas de Vizcaya y Alava para que fueran de inmediato a buscar a sus hijos. En aquellos casos en los que a las 15 horas no habían aparecido aún los padres, los niños fueron llevados en un servicio especial de autobuses a polideportivos situados en zonas más elevadas. Era, no obstante, difícil que alguien viviera la jornada ajeno a la situación de alerta. El martilleo informativo a través de los medios de comunicación fue constante.

En menos de una semana, el Gobierno vasco ha podido poner en práctica lo que a veces se ensaya, sin sacar conclusiones definitivas, en simulacros de emergencia. Ayer no había figurantes. En Bilbao se desalojó el mercado de la Ribera, el teatro Arriaga, la biblioteca Bidebarrieta y un elevadísimo número de establecimientos del casco viejo.

El agua, con todo, anegó más de un pueblo vasco. Alonsotegui, Güeñes y Sudupe sufrieron la crecida del río Kadagua. Getxo resultó afectado por el desbordamiento del río Gobela. La red de carreteras no salió tampoco indemne. Los problemas para circular fueron notables, pero, al final, el dispositivo desplegado no computó ningún fallecido. Todo el susto quedó en daños materiales y en una galería de fotografías que serán recordadas, como mínimo, hasta la próxima crecida. ¿Cuándo será?

Al igual que la Consejería de Interior de Cataluña señala que está a las puertas de una época de castástrofes naturales causadas por el cambio climático, el Ejecutivo vasco sabe que está en mitad de un periodo de copiosas lluvias fuera de lo normal. En Guipúzcoa y Vizcaya, por ejemplo, este es el otoño e invierno más húmedo en 30 años.