TEtl joven alemán está en la plaza de San Pedro de Roma, sentado en los escalones de la columnata de Bernini. Saca dos rebanadas de pan de molde y las deposita en el suelo de la plaza. Después extrae un bote de Noitella, o sea, de Nocilla, de un bolso lateral de su mochila. Coge un cuchillo y extiende la crema de chocolate sobre las rebanadas. Acabada la operación, pega los panes y se come el emparedado. Es su almuerzo. Unos días después, en la estación de Milano Centrale dos españolas esperan el expreso Cisalpino, que ha de llevarlas a Lugano. Cada una lleva en su mano un bote de Noitella que tiene un recipiente suplementario lleno de bizcochitos que mojan en la crema y se zampan con fruición. Es su merienda cena. La escena se repite en la estación ferroviaria de Santa María Novella de Florencia, donde un grupo de inglesas untan bozzas , figones y filones , es decir, panes florentinos sin sal, con generosas raciones de Noitella. O en la estación de Santa Luzia de Venecia, cuyo supermercado tiene las estanterías repletas de botes de Noitella.

Con pan y vino ya no se anda el camino. Hoy, los caminantes jóvenes dedican el verano a recorrer Europa en tren. Sobre todo las chicas. Por 195 euros pueden viajar en ferrocarril por cuatro países europeos durante 16 días. Duermen gratis en los vagones y se alimentan por cuatro euros: pan y Nocilla, bizcochos y Nocilla, galletas y Nocilla. Y si se acaba el dinero, Nocilla a palo seco. Antes, el Lusitania Exprés olía a chorizo y al ajo con perejil de los filetes empanados. Hoy huele a cacao con avellanas.