Benedicto XVI pudo constatar ayer por sí mismo los poquísimos feligreses que le quedan a la Iglesia Católica en Jerusalén. Apenas 5.000 personas asistieron a la misa que ofreció al pie del Monte de los Olivos, una cifra engañosa porque muchos eran extranjeros. Durante la homilía, el Pontífice se refirió a las "dificultades, la frustración y el sufrimiento" que conducen a muchos cristianos a emigrar. También dijo que "en Tierra Santa hay lugar para todos". Pero en ningún momento mencionó la palabra palestino . Y eso que la misa se celebró en territorio ocupado y que casi la totalidad de su parroquia era palestina.

Cuando se juega en la capital disputada por israelís y palestinos no es fácil agradar a todo el mundo. El Papa se ha reunido con oficiales de ambos bandos, pero en ningún momento ha hecho un llamamiento público a compartir la ciudad, una postura abrazada por el Vaticano y toda la comunidad internacional. Tampoco sus portavoces dijeron nada cuando Israel cerró la oficina de prensa que la Autoridad Nacional Palestina intentó abrir en un hotel de Jerusalén Este.

Durante la misa de ayer, la segunda desde que inició su periplo por Oriente Próximo, el Papa recurrió a la ambigüedad para dirigirse a su feligresía palestina. "Deseo reconocer el sufrimiento que muchos de vosotros habéis soportado como resultado de los conflictos y las amargas experiencias de desplazamiento que vuestras familias han padecido", dijo en el valle de Josafat, donde la tradición cristiana sitúa el Juicio Final. "Espero que mi presencia aquí os sirva como señal de que no habéis sido olvidados".

Le escucharon muchas monjas y sacerdotes, y grupos de peregrinos extranjeros que enarbolaron banderas nacionales y le recibieron al grito de "¡Benedetto! ¡Benedetto!". Entre los cristianos palestinos había una pequeña representación de Gaza, donde solo quedan unos 3.000. Israel ha dejado salir a un centenar de los 500 que solicitaron el permiso para seguir al Papa, todos ellos mayores de 40 años.

CRUDA REALIDAD Antes de iniciarse la misa, el patriarca latino, el palestino Fuad Twal, habló con crudeza de la realidad de su pueblo. Ante los cientos de policías israelís que custodiaban el recinto, habló de la ocupación, de las demoliciones de casas y de las penurias de los refugiados, un contexto que, según dijo, empuja a muchos a emigrar. "Por favor, refuerza nuestra fe", le imploró al Papa. El Pontífice le respondió animando a los cristianos a perseverar y exigiendo a las autoridades "respeto y apoyo hacia la presencia cristiana".

Por la mañana, el Papa visitó la Explanada de las Mezquitas y el Muro de las Lamentaciones. En sus losas dejó un mensaje de paz. "Dios de Abraham, Isaac y Jacob, escucha el llanto de los afligidos, de los temerosos y de aquellos que sufren privaciones y envía tu paz a esta Tierra Santa, al Oriente Próximo y a toda la familia humana", decía la nota. Su ruego difiere bastante del expresado en el 2000 por Juan Pablo II, quien pidió perdón y mostró su "profunda tristeza" por los tormentos sufridos a lo largo de la historia por los judíos.

INSATISFACCION En la ciudad colea la insatisfacción entre algunos sectores de la sociedad israelí por el discurso papal en Yad Vashem. El portavoz del Parlamento, Reuven Rivlin, añadió ayer más leña a un fuego avivado por la prensa y algunos rabinos que acusaron al Papa de frialdad y escasa contrición personal. "Con todo el respeto --dijo Rivlin--, no podemos ignorar la carga que soporta por haber pertenecido en su juventud al ejército de Hitler".

Molesto, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, afirmó que Benedicto XVI ya había hecho en otras ocasiones, como en Auschwitz, mención a su herencia alemana.