Tras haber tomado, al poco de su muerte, una velocidad de crucero, a finales del 2009 el proceso para elevar a Juan Pablo II a la gloria de los altares se enfrió. Incluso corrió el riesgo de quedar varado en el arcén del pontificado de Benedicto XVI. La crisis por los casos de pederastia amenazaba con dañar la reputación del Papa polaco, salpicado especialmente por la acusación de haberse convertido en el protector de un delincuente sexual, el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.

El actual Pontífice, al prodigarse en gestos para evidenciar que no habrá más condescendencia con los clérigos implicados en abusos, ha logrado reconducir la situación y mañana presidirá en la plaza de San Pedro del Vaticano la reedición de aquel homenaje a su antecesor que constituyeron los funerales del 2005. Roma aguarda este fin de semana la visita de centenares de miles de fieles.

OTRO RECORD El Papa alemán conseguirá, además, que Juan Pablo II añada otro récord a su ya larga lista de conquistas imbatibles: el de ser el beneficiario del proceso de beatificación más rápido de la era moderna, que tendrá lugar solo seis años y un mes después de su muerte. La madre Teresa de Calcuta, que hasta ahora ostentaba ese privilegio, tardó un mes más en acceder a la segunda división de la santidad, en la que todavía milita. La máxima categoría, la canonización, también se le resiste de momento a Wojtyla, pero, como afirmó recientemente el cardenal suizo Georges Cottier, "el trabajo para hacerle santo ya está hecho". O lo que es lo mismo: solo se trata de atribuirle un segundo milagro para franquearle más pronto que tarde la puerta grande del santoral.

Un primer hecho que la Iglesia católica juzga sobrenatural, la supuesta curación de la enfermedad de párkinson de una monja francesa. que mañana estará en la ceremonia de beatificación, permitirá que se pueda rendir culto al Pontífice en las iglesias de Polonia y Roma. Si más adelante es proclamado santo, el culto podrá extenderse a todos los rincones del planeta.

SATISFACCION Finalmente, Ratzinger se ha resistido a la idea de hacer uso de sus prerrogativas para fusionar el proceso de beatificación con el de canonización y hacerle santo de sopetón, como demandaba el sector de la curia más afín a los postulados del Papa polaco. Los promotores más entusiastas del ascenso de Wojtyla a los altares, presididos por el que fuera su secretario, Stanislaw Dziwisz, premiado tras la muerte de su jefe con el nombramiento como cardenal arzobispo de Cracovia, se dan no obstante por satisfechos, al menos por ahora. Al fin y al cabo, en los últimos cinco siglos son contados los papas que han sido beatificados o canonizados.

Las revelaciones que han aflorado sobre la protección de la que había gozado Maciel en las altas esferas del Vaticano, a las que el fundador de los Legionarios de Cristo había llegado a corromper durante el mandato de Juan Pablo II, habían puesto además el proceso de beatificación muy cuesta arriba. Wojtyla nunca dio crédito a las documentadas denuncias sobre los desmanes del sacerdote mejicano porque "tenía una confianza ciega en aquellos que le seguían", opina el vaticanólogo Marco Tosatti. Algo similar le ocurrió con el arzobispo vienés Hans-Hermann Gröer, al que apoyó cuando había evidencias de sus pecados. La consigna fue, en primer lugar, guardar silencio, y en todo caso después, lavar la ropa sucia en casa. Y el Vaticano siguió las directrices.

Ratzinger quiere dar carpetazo a esa página que ensombrece la trayectoria del Papa más popular del catolicismo.