Juan Pablo II aprovechó ayer la magna concentración matinal de la plaza de Colón, ideada para canonizar a cinco beatos españoles, para difundir su anhelo de que España regrese a los tiempos en que era considerada como la reserva espiritual de Occidente. Y a ello debe contribuir que no haya divorcios y que las comunidades eclesiales no se alejen de la tradición. Horas después de reunir a un millón de personas en el centro de Madrid, según la Delegación del Gobierno, regresó a Roma.

Las referencias al "pasado valiente de evangelización" del país proliferaron durante la Homilía pronunciada en la Eucaristía, y volvió a ello en las palabras con las que cerró el acto. "España evangelizadora, éste es el camino" o "España es la gran esperanza de la Europa cristiana", evidenciaron ese deseo. La mención no es gratuita cuando se debate si la futura Constitución europea ha de recoger expresamente la identidad cristiana del continente.

FUERA COMPLEJOS

Wojtyla reclamó, como el sábado en Cuatro Vientos, que los católicos se sacudan los complejos y se muestren en público como discípulos de Jesucristo, siguiendo el ejemplo de los dos sacerdotes (Pedro Poveda y José María Rubio) y las tres monjas (Genoveva Torres, Maravillas de Jesús y Angela de la Cruz) que ayer subieron definitivamente a los altares.

"Surgirán nuevos frutos de santidad si la familia sabe permanecer unida, como auténtico santuario del amor y de la vida", remachó. "¡No rompáis con vuestras raíces cristianas!", exclamó, pues, a juicio del Papa, "la fe católica constituye la identidad del pueblo español".

NI PAZ NI TERRORISMO

Esta vez no hubo referencias ni a la paz ni al terrorismo, a pesar de que desde los laterales del altar levantado en la plaza de Colón seguían sus palabras los Reyes y el matrimonio Aznar.

Les acompañaban los presidentes del Congreso y el Senado, Luisa Fernanda Rudi y Juan José Lucas, respectivamente, y los presidentes de los tribunales Supremo y Constitucional, Francisco Hernando y Manuel Jiménez de Parga. Desde la tribuna de autoridades le observaban, además, una decena de ministros. El presidente del Gobierno dosificó sus aplausos al Pontífice, al que sólo obsequió con unas palmas al inicio del acto, cuando Juan Pablo II dedicó un deferente saludo a los Reyes, y al final, al confesar a los presentes que les llevaba a todos en su corazón.

Sí habló Juan Pablo II de la guerra, pero de la Guerra Civil. El santo Poveda "culminó su existencia con la corona del martirio" (asesinado en 1936) y el jesuita Rubio "formó a muchos cristianos que luego morirían mártires durante la persecución religiosa". Maravillas de Jesús, hija de un embajador ante la Santa Sede, "superadas las tristes circunstancias de la Guerra Civil española, abrió nuevas fundaciones", rememoró el Papa.

El día amaneció caluroso en Madrid. A las diez de la mañana, el gentío ya había tomado posiciones en los paseos de Recoletos y de la Castellana, al igual que en las calles Génova y Serrano.

También dio pruebas de pasar por un momento dulce de salud: pronunció con dicción muy aceptable e incluso cantó. Sus acólitos se desgañitaron animándole y las primeras filas de fieles le obsequiaron con dos ruegos: "No te vayas", y "Quédate". El Papa les correspondió al despedirse: "Hasta siempre, España.

El presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Antonio María Rouco, casi un centenar de prelados y cerca de 1.500 sacerdotes y seminaristas flanquearon al obispo de Roma. Rouco dijo que Wojtyla es visto como el "más firme defensor del derecho a la vida, especialmente frente a la violencia terrorista".

El arzobispado de Madrid no se privó de hacer una colecta entre la concurrencia, ministros y periodistas incluidos, en busca de fondos para dedicar a una causa por especificar. El Papa regresó a Roma por la tarde.