El viaje de Benedicto XVI a EEUU que concluye mañana será recordado por el cambio de actitud adoptada por el Vaticano frente al escándalo de los abusos sexuales protagonizados por miles de sacerdotes de las diócesis estadounidenses, que comenzó a cobrar notoriedad pública a partir del 2002. La prudencia que había marcado el paso de la jerarquía en Roma, incluso la connivencia con los encubridores de los abusos, se ha diluido en solo tres jornadas. Ratzinger ha confesado durante esos días estar avergonzado por lo ocurrido, ha criticado abiertamente la gestión que la Iglesia que lidera hizo de la crisis y se ha visto personalmente con las víctimas de los pederastas.

La rápida decisión adoptada en el 2002, poco después de que se propagase el escándalo, por parte de los cardenales norteamericanos reunidos en Roma, en el sentido de que en adelante los autores de abusos perderían la condición de sacerdotes en cuanto trascendiera lo sucedido, no vino acompañada a continuación por ningún gesto valiente por parte del Vaticano. Más bien sucedió lo contrario.

Uno de los máximos exponentes de esa situación se vivió tres años más tarde, durante el periodo en que la sede papal estaba vacante. Y su protagonista fue el cardenal estadounidense Bernard Law, refugiado en Roma desde que se vio obligado a abandonar la diócesis de Boston por su terca labor de ocultación de los escándalos registrados en aquella diócesis. Law se convirtió en abril del 2005 en uno de los elegidos para formar parte del grupo de purpurados llamados a presidir las misas solemnes en sufragio del alma de Juan Pablo II, que acababa de morir, en la basílica de San Pedro.

En cuanto se tuvo noticia de la decisión, hubo un rosario de protestas en EEUU, en las que se reprochaba al Vaticano la falta de sensibilidad con las víctimas de los abusos. Incluso en Roma hubo voces discrepantes, pero la curia no se dio por enterada. Por entonces en la sede central de la Iglesia gobernaba la congregación de cardenales presidida por Ratzinger, que días después se convertiría en el sucesor.

PREBENDAS La confianza depositada en Law, que gobernó una de las diócesis donde la Iglesia ha contabilizado a un millar de afectados por la actividad de los clérigos pederastas, no fue fruto de la casualidad. Desde que llegó a Roma en 2002, cuando se especulaba con la posibilidad de que renunciase, no hizo más que recibir premios. Se le confió la iglesia de Santa Susanna, que cuida de la atención espiritual de los estadounidenses en Roma, y se le nombró arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor.

Por entonces Ratzinger ejercía como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y estrecho colaborador del Papa Wojtyla. Solo había un cardenal que rivalizaba con él al acumular influencia, el secretario de Estado del Vaticano, Angelo Sodano.

Desde que fue elegido para suceder a Juan Pablo II, al Papa alemán tampoco se le conocían manifestaciones en las que se interesara por el drama que afectó a más de 10.000 víctimas de abusos del clero norteamericano, pero en tres días Benedicto XVI le ha dado la vuelta a la historia. Y todavía es probable que, antes de mañana, siga haciéndolo.