Hoy en día, la supercomputación se ha convertido en una herramienta de trabajo tan potente que su único límite es la imaginación. En la práctica, los superordenadores están a disposición de todos aquellos trabajos de investigación que necesiten procesar grandes cantidades de datos, de manera rápida y eficiente. Esto incluye un abanico muy amplio de disciplinas que va desde las ciencias de la vida hasta la astrofísica, pasando por la nanociencia y la ingeniería. Es decir, todo trabajo que necesite ejecutar millones de cálculos en un puñado de segundos puede ahora canalizarse a través de estos prodigios tecnológicos.

Los primeros ordenadores dignos del prefijo super se presentaron en la década de los 60. Desde entonces, la aparición de estas máquinas ha supuesto un antes y un después para el mundo de la investigación. Para los ciudadanos corrientes, en cambio, estas seguían siendo unas grandes desconocidas. Llegados al 1996, el superordenador Deep Blue llegó para cambiarlo todo. Como si de una prueba de fuerza se tratara, este hazaña de la computación demostró al mundo el alcance de su increíble capacidad de procesamiento aplicada, en este caso, al ajedrez. Prueba de ello, la(s) victoria(s) de este superordenador ante Gary Kaspárov, el entonces campeón vigente de este juego.

Más de veinte años más tarde, el panorama de la supercomputación ha superado todas las expectativas. Deep Blue sorprendió al mundo con unos cálculos de la magnitud de 11,38 gigaflops (11.380.000.000 operaciones por segundo o, lo que es lo mismo, 11,38 x 109 FLOPS). Actualmente, muchos de los grandes superordenadores trabajan con un redimiento de petaflops (1015 FLOPS). El siguiente gran objetivo: máquinas del alcance de los exaflops (1018 FLOPS). De ahí que ahora mismo la conocida como "exaescala" se haya convertido en una ambiciosa meta por la que ya compiten Estados Unidos, China, Japón y Europa.

Investigaciones pioneras

Hoy en día, los superordenadores ya están cambiando el mundo tal y como lo conocemos. O, al menos, nuestro conocimiento sobre él. Sin ir más lejos, el Barcelona Supercomputing Center -Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS)- ha logrado en estos últimos años grandes avances en diferentes ámbitos de la investigación que, en la práctica, se han convertido en unos de 185 artículos publicados en revistas científicas de alto impacto, unas 90 conferencias y 20 tesis doctorales.

Gracias al trabajo realizado sobre este superordenador, hoy en día ya conocemos nuevos genes, hasta ahora no identificados, asociados con enfermedades como el cáncer o la diabetes. En este mismo ámbito, desde el centro de investigación también se está trabajando para fomentar los trabajos en medicina personalizada. Entre los proyectos más ambiciosos destacan Virtual Head (una máquina creada para simular el cuerpo humano para poder, entre otros, testar de forma virtual nuevos tratamientos y fármacos) y StarLife (un ambicioso proyecto para mejorar la investigación en biomedicina, en genómica y en medicina personalizada que podrá ser utilizado tanto por hospitales como por otros centros de investigación).

El trabajo de este superordenador, además, ha conseguido acercarnos a las estrellas. Hace tan solo unos meses, la Agencia Espacial Europea anunciaba la creación del mapa de la Vía Láctea más grande obtenido hasta la fecha. La nueva y espectacular instantánea de nuestra galaxia, en la que se recogía información de alta precisión sobre 1.7 billones de estrellas, nació del actual superordenador barcelonés. Volviendo a la altura del planeta, el análisis de datos realizado en las instalaciones del BSC también ha servido para entender mejor nuestro planeta. Es el caso, por ejemplo, de estudios en los que se demuestra cómo las olas de calor marinas amenazan la biodiversidad global.