Desde el 1 de noviembre del 2002 nadie sabía nada del paradero de Carmen Rus Sánchez, una antigua y acaudalada prostituta de 68 años, vecina de Esplugues. Según su único hijo, Enrique Rus Sánchez, la mujer estaba ingresada en un geriátrico. Pero no era cierto. La policía encontró el miércoles en el domicilio de ambos el cuerpo de la mujer cubierto con cal viva y estirado en el suelo de su habitación después de que el hijo confesara a los agentes que la había asesinado. El cadáver --casi momificado-- llevaba allí 15 meses.

Un maletín con 3.000 euros, un reloj de oro marca Lotus, un fajo de boletos de lotería, varias cartillas bancarias y una navaja. Con este curioso equipaje encontraron los investigadores de la comisaría de Cornellá a Enrique Rus, de 46 años, tomando una copa en el bar La Jarra y La Pipa de Esplugues, poco después de la medianoche del martes, fecha en que fue detenido.

El 21 de agosto del 2003, un primo de Enrique, vecino de Reus, había puesto una denuncia por la desaparición de Carmen en una comisaría de Tarragona. No se creía que su tía estuviera ingresada en un hospital o en una residencia como le había explicado Enrique.

NAVAJAZO CERTERO Los agentes también desconfiaron del hijo de la fallecida cuando éste fue incapaz de explicarles en qué geriátrico se hallaba. Y el detenido se derrumbó y lo confesó todo. Hacía más de un año que había matado a su madre por la espalda, clavándole un certero navajazo en la nuca. Y la dejó allí mismo, en el suelo, junto a su propia cama.

Primero --narró Enrique-- y sin ni siquiera despojarla de sus ropas, envolvió el cadáver en plásticos "para que no oliera". Además, llenó la estancia de velas perfumadas y selló la parte inferior de la puerta de la habitación con toallas húmedas para que no se escapara el hedor. El sistema funcionó hasta el tórrido verano pasado. Las altas temperaturas aceleraron la descomposición del cuerpo y el detenido optó por cubrir el cadáver con cal para que no oliera en la estancia.

HIPOTESIS Los investigadores tienen dos hipótesis. La primera, sugerida por el propio Enrique, sería la venganza y un trauma de la infancia. Al parecer, Carmen obligó a su hijo a prostituirse y a participar en vejatorios números sexuales en el prostíbulo que ella regentaba en la barcelonesa calle de Loreto, y que le reportó pingües beneficios. El rico patrimonio acumulado por la prostituta --varios pisos y casi un cuarto de millón de euros (41 millones de pesetas)-- surge como segundo posible móvil del asesinato.

Pero de tanta riqueza atesorada apenas quedan ahora 26.000 euros (4 millones de pesetas). Desde que presuntamente mató a su madre, Rus ha dilapidado casi todo el dinero viviendo a lo grande: un Mercedes con chófer, comidas pantagruélicas en restaurantes de lujo, juergas con prostitutas de bandera y mucho alcohol.