«No es el tiempo de la indiferencia, de los egoísmos, de la división», dijo el papa Francisco en esta extraña e inusual Pascua, nunca vivida por la Iglesia católica, ni tan siquiera durante las dos guerras mundiales. En su discurso se dirigió a todo el mundo, citando una por una todas las emergencias del presente, desde la pandemia del coronavirus hasta el desarme global y la condonación de la deuda de los países pobres, sin olvidar un cese total de todas las guerras en curso en el mundo.

Otro escenario por excelencia del culto religioso, la ciudad de Jerusalén, también vio frustradas tradiciones de centenares de años para cristianos, judíos y musulmanes. Así como catedrales e iglesias de toda España donde, como en el caso de la catedral de la Almudena, en Madrid, los feligreses pudieron seguir por streaming las tradicionales bendiciones del domingo de resurrección.

En la plaza de san Pedro no había ni uno de los 80.000 fieles de todo el mundo que generalmente acuden en estos días a una de las plazas más famosas del mundo para recibir la bendición «a la ciudad y al mundo» de los Papas de Roma. Sin embargo, paradójicamente ha sido la Pascua católica más seguida del mundo a través de la televisión y redes sociales, cuando decenas de millones de personas están confinadas en sus casas en todo el planeta.

Francisco reservó las palabras más fuertes y directas para la Unión Europea (UE). El Pontífice subrayó que la UE «tiene frente a sí un desafío histórico, del cual dependerá no solo su futuro, sino el del mundo entero». Añadió que la Unión no debe perderse «la ocasión de dar una ulterior prueba de solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras» para afrontar la situación.

«La alternativa es solo el egoísmo de los intereses particulares y la tentación de una vuelta al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones», exclamó Franscisco.

Francisco no se asomó, como es habitual, al balcón central de la fachada de la basílica para impartir la bendición a la ciudad de Roma y al mundo, sino que permaneció en el interior, como ya hizo el jueves y viernes santos, acompañado a distancia solo por algunos colaboradores y un coro reducido a lo esencial de sus componentes. Mostraba un rostro serio y a la vez relajado. En varios momentos de su discurso habló del «contagio de la esperanza».

Tras reclamar que se eliminen de esta y de todas las épocas, palabras «como indiferencia, egoísmo, división y olvido», pidió que se paren los conflictos con un cese del fuego global, se aflojen las sanciones internacionales y se reduzca o incluso se condone la deuda de los estados más pobres para que cada país se encuentre en las condiciones de afrontar la emergencia y curar a sus propios ciudadanos.

contra las armas

Levantando ligeramente la voz, añadió que «no es este el momento en el que continuar con la fabricación y tráfico de armas, gastando ingentes capitales que deben ser usados para curar a las personas y salvar vidas». Recordó varias veces «los lutos» por el virus, vividos en la soledad, y también al personal sanitario que está dando su vida por salvar otras.

««Cristo, mi esperanza ha resucitado», repitió varias veces, subrayando que «no se trata de una fórmula mágica». «No, la resurrección de Cristo no es esto, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal que no derriba el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, marca exclusiva del poder de Dios», añadió.

Francisco recordó que «en estas semanas, la vida de millones de personas ha cambiado de golpe». Para muchos permanecer en casa «es una ocasión para reflexionar y parar los frenéticos ritmos de la vida» (....), mientras que «para otros es el momento de la preocupación por el futuro que se presenta incierto y el trabajo que se corre el riesgo de perder...». Por esta razón, instó a quienes tienen responsabilidades políticas para que trabajen «activamente a favor del bien común de los ciudadanos, facilitando los medios e instrumentos necesarios para permitir a todos llevar una vida digna....»

Sobre las divisiones y olvidos, citó los de Siria, Irak, Yemen y Líbano. Volvió a pedir que «sea este el tiempo en el que isralís y palestinos retomen el diálogo y cesen los sufrimientos en las regiones orientales de Ucania», así como los ataques terroristas en varios países de África. No ha olvidado la situación de Mozambique ni las «insoportables condiciones» en las que viven los refugiados en Libia, Grecia, Turquía, o la población de Venezuela.

«Queridos hermanos y hermanas, indiferencia, egoísmo, división y olvido no son de verdad las palabras que queremos oí en esta época», terminó.

Jerusalén, resignada

En Jerusalén, miles de palestinos cristianos han vivido, resignados, una Semana Santa insólita. «Vivo en el barrio cristiano de la ciudad vieja. Celebrar en comunidad las tradiciones, participar en las procesiones y las misas forma parte de mi. Este año está siendo muy difícil, sobre todo, tener a las familias divididas (por el confinamiento).

Las únicas tradiciones que podemos seguir son las culinarias, como hacer pasteles o pintar huevos», explica Sandrine Amer para añadir: «Al menos, yo estoy en la ciudad vieja y oigo las campanas de todas las iglesias y los rezos que se han organizado desde los terrados con altavoces. Cada uno ha tenido que hacer de su casa su propia iglesia», añade.Sean más o menos religiosos, los que se dedican a la hostelería y al turismo en Jerusalén están sufriendo un gran impacto. La Pascua judía y las semanas santas son los períodos, junto a Navidad, en que Tierra Santa recibe más visitantes.