La desesperación y el valor son los dos elementos que ayudan a entender los últimos intentos de los inmigrantes por alcanzar las costas andaluzas, especialmente a través del estrecho de Gibraltar. Desde Marruecos, los 14 kilómetros que separan Africa del continente europeo pueden parecer un paseo, de ahí la avalancha de balsas de juguete en las que arriesgan la vida. Los datos avalan esta tendencia, ya que ha subido un 293% el número de personas rescatadas cuando trataban de alcanzar ilegalmente la costa de Cádiz por la localidad de Tarifa, el punto más meridional de la península.

Salvamento Marítimo no da abasto en las aguas andaluzas. De hecho, de los más de 1.500 inmigrantes rescatados y trasladados a España hasta el pasado viernes, 1.005 lo fueron a través del centro de Tarifa. Solo entre el 9 y el 16 de agosto los inmigrantes localizados por efectivos de rescate españoles ascendieron a 304, en su mayoría de origen subsahariano y entre los cuales había algunas mujeres, y los expertos prevén que la cifra siga aumentando en los próximos días.

La presión migratoria ha vuelto a concentrarse en el Estrecho, durante los últimos años una ruta en desuso por parte de las mafias a causa del férreo control que la Guardia Civil realiza mediante el Servicio de Vigilancia Integral (SIVE). Pese a que la distancia es mayor en el Mar de Alborán, Almería y Granada se habían convertido en las zonas favoritas para tratar de entrar en España, al igual que en el 2005 lo fue Canarias. En Almería, sin embargo, se habían localizado solo 226 inmigrantes hasta principios de agosto, menos de la mitad que el año anterior (570). En Granada, el número descendió de 727 a tan solo 94.

Pero si hay algo que llama la atención de los miembros de los servicios de rescate es el modo en que los inmigrantes se arriesgan. "Hemos pasado de las pateras de madera y las zodiac neumáticas a las simples balsas de juguete para niños, de las que se encuentran en un supermercado, u otras un poco más grandes", señala José Maraver, responsable del Centro Coordinador de Salvamento Marítimo en Tarifa. Se trata de barquitas hinchables como las que se venden en comercios deportivos por unos 40 o 50 euros, y que sirven para poco más que para la pesca en pantano o a escasos metros de la costa. Esta fórmula es más barata y permite a los inmigrantes actuar por su cuenta, sin tener que recurrir a las mafias y pagar elevados billetes cuyo coste tardan años en reunir. También ha cundido la creencia de que, al ser más pequeñas y albergar a menos pasajeros, escapan mejor a los controles de radar y a las cámaras térmicas que blindan la costa.

Agazapado y pisoteado

Sin embargo, otros como el religioso Isidro Macías, conocido como el padre patera por su labor de acogida en Algeciras, consideran que se trata de un nuevo sistema empleado por las mafias, una tesis que explicaría el hecho de que la mayoría de las embarcaciones localizadas son del mismo modelo: el bote SeaHawk 4, fabricado por INTEX y que en internet tiene un precio inferior a los 200 euros; una cantidad asumible fácilmente entre varios.

"Cuando se meten en el agua y dan unas brazadas, se dan cuenta de que es una temeridad, una tarea casi imposible, y acaban llamando para que les rescatemos apenas se alejan de la costa", relata Maraver. "Los encontramos con el agua entrando por la borda y sin remos, porque los pierden o se rompen rápidamente". Ya no llevan patrón, y quienes se suben carecen de las mínimas nociones de navegación, lo que complica el rescate porque les cuesta referenciar su posición.

Aunque las lanchas tienen capacidad para cuatro personas, siempre son más las que viajan en ellas, para sorpresa de los efectivos de Salvamento: "Los ves y crees que son cinco, y de repente sale uno que estaba agazapado y pisoteado por sus compañeros". El responsable de Algeciras Acoge, Jesús Mancilla, recuerda que empezaron hace un par de años lanzándose de uno a uno en estas barcas de juguete, pero que ahora en ocasiones se llegan a meter hasta una decena de personas, todas mojadas, agarradas como pueden a la lancha y con el miedo en el rostro. "Es tal el terror que sienten que años después te reconocen que aún no se les ha borrado del todo", dice.