TMti mujer teme que vaya con ella a hacer la compra. Yo le anuncio mi compañía como un acto de solidaridad, pero ella lo entiende como un viaje al abismo de lo superfluo. He de reconocer que, como buen varón, me fijo más en los foies de pato micuit que en las bandejas de pechuga de pavo Campofrío . Y también es verdad que mientras ella compra lentejas y carillas El Hostal , yo rebusco cucos saquitos de rafia que contienen ricas lentejas de La Armuña y exquisitos judiones de El Barco que, naturalmente, cuestan tres veces más que los de El Hostal . Ella compra manzanas golden de oferta y yo cargo con una selección de mangos y lichis. Ella compra atún claro tres paquetes al precio de dos y yo, ventresca de bonito en tarro de diseño. Y así de estante en estante, de pasillo en pasillo.

Mi mujer me deja hacer con esa mirada conmiserativa que resume el desprecio que ancestralmente ellas sienten por nuestra falta de pragmatismo y nuestra tendencia a lo fútil, lo banal y lo infantil. Pero eso sí, como le toque sus convicciones de consumidora nacionalista, la liamos. La otra tarde, se me ocurrió comprar un saquito de carísimo arroz bomba Calasparra y detuvo el carro, me miró fijamente y me dijo deletreando cada sílaba: "Mira guapo, acaba de salir la marca extremeña Guadiarroz y por lo que cuesta ese saco, compro yo media docena de paquetes de buenísimo arroz de la tierra, así que si quieres comprar tonterías, te coges otro carro porque en éste no entran más chorradas". A partir de ahí, sólo compré cebolletas, lejía y un estropajo, oye, buenísimo.