TAtquí sigo, salpicando las acciones más prosaicas con torpes reflexiones filosóficas. Ayer, por ejemplo, me dio por pensar mientras tendía la colada de la semana que los seres humanos nunca seremos felices hasta que aprendamos a vencer esas banalidades que llamamos conflictos emocionales. Menos conflictos emocionales: mayor felicidad podría ser la conclusión. Los psicoanalistas advierten de que el proceso de depuración interior es tan duro que se necesitan al menos dos años de tratamiento para reconstruir el carácter. (Si es que aún queda carácter por reconstruir). Dos años... A veces siento el impulso de acudir a la consulta de un psicoanalista para que me transfiera la paz de espíritu de la Madre Teresa de Calcuta y la sonrisa de La Gioconda. Si me abstengo no es porque piense que el psicoanálisis pueda fracasar; no, lo que me asusta precisamente es que después de más de un centenar de sesiones encuentre al mirarme en el espejo del baño a un tipo desconocido cuyo rostro de meliflua felicidad no se empaña tras una prolongada ducha de agua caliente; y a estas alturas no estoy dispuesto a arrojar por la borda una digna y sufrida biografía ganada a pulso luchando contra mi peor enemigo: la autoestima.

Mencionaba el pasado miércoles la depresión de House . Parece ser que se ha restablecido pronto: ya podemos verle de nuevo en la tele cojeando su malhumor con la única novedad de que ahora lo hace los jueves y no los martes, como antes. Tendré que seguir su ejemplo y alterar mis costumbres. Si algún día me veis feliz, no disparéis vuestra imaginación: es solo que he cambiado el día de hacer la colada.