TUtna antigua hernia discal, ahora con la ayuda de un pinzamiento del nervio ciático, me tiene postrado en cama durante veintitrés horas al día. A fin de cuentas, no es mala forma de subsistir siempre y cuando no se me niegue esa hora diaria en la que, desoyendo mis obligaciones como paciente, me echo a la calle para comprobar que hay vida más allá de estas cuatro paredes. Mientras llega el momento de averiguar si tendré que pasar por el quirófano, me he propuesto llevar a buen puerto la filosofía de los optimistas, esto es: al mal tiempo, buena cara. Supongo que inconscientemente he reemplazado mis preocupaciones existenciales por pensamientos más prosaicos, porque ¿acaso tiene sentido ahondar en los problemas más profundos del ser humano cuando uno no es capaz siquiera de atarse los cordones de los zapatos?

Confieso, no obstante, que a veces me cuesta aceptar las cartas del destino, sobre todo cuando vienen marcadas con la rúbrica del dolor extremo. Además, la habitación que ahora ocupo en la casa de mis padres es la misma me que cobijó en la infancia, y los recuerdos inevitables de aquellos años de juegos e ilusiones avivan la certeza de que hubo un tiempo manifiestamente mejor. Pero, en fin, quedémonos --aunque solo sea por un día-- con lo positivo: mis padres están contentos de volver a tenerme a su vera y yo, de volver al redil forzado por la necesidad. Siempre es agradable estar rodeado de seres queridos que te dan la medicación, preparan la comida, lavan la ropa y atienden las llamadas telefónicas de ya.com. Y ya habrá tiempo de deprimirme cuando no tenga motivos para ello. www.rodriguezcriado.com