Callao (en la costa de Perú), 18.41 hora local. Raquel González, psicóloga pacense y cooperante de la oenegé Coprodeli, acababa de terminar su jornada laboral y tomaba la merienda con unos compañeros cuando "comenzaron a moverse las sillas y las lámparas". Asustados, salieron a la calle. "Todo el mundo daba gritos y había cortes de luz; no sabíamos que pasaba, y veíamos a la gente en la calle cogidos de la mano", recordaba ayer al mediodía hora española (madrugada en Perú) con la voz cansada por no haber dormido.

"Los temblores solo duraron dos minutos, pero como había cortes de luz, se vivió con mayor histeria", añadía.

La zona de Callao, en la costa, donde trabaja Raquel es de las más pobres de Perú, las casas son de adobe y de una o dos planta. Había riesgo de que se produjera un tsunami, que esas construcciones no soportarían. La policía ordenó a la gente que se guareciera en los refugios. "Sentimos mucho miedo y pensé que una ola nos iba a tragar a todos", contaba.

Tras dos horas refugiados, les avisaron de que había pasado el peligro de tsunami, aunque durante la noche se volverían a repetir seísmos de menor intensidad. Raquel tenía previsto partir ayer a las zonas más afectadas para prestar ayuda psicológica a las víctimas.