TCtuando se hayan marchado los militares y los policías, me dispondré a disfrutar de una tarde agradable. Encenderé la tele. Me pierdo con los subtítulos porque no permiten ni la más mínima distracción, por eso, y porque no sé inglés, no he visto el final de Perdidos y estoy esperando al domingo para relajarme con la versión en castellano. Me enganché tarde a la serie. Se volvió tan enrevesada que, si no podías ver uno o dos capítulos, te perdías en la trama más que los protagonistas en la isla. Dejé de verla. Luego, cinco temporadas después, buscando una película en internet me apareció un enlace. Y así el argumento me fue atrapando, sin interrupciones, a mi aire y controlando la gestión de mi tiempo. De momento en la red sólo está colgada la versión subtitulada, por eso tengo que esperar a que la pongan en televisión. Se presenta en Extremadura un fin de semana repleto de asuntos a los que, por mi profesión, debo dedicar algunas horas, y lo único que me relaja es pensar en la tarde de hoy domingo cuando, si nada se tuerce, me siente para disfrutar de ciento veinte minutos, perdida yo también en la exuberante isla.

Lo importante no es tanto el cómo termine sino las sensaciones que me ha ido dejando. Supongo que para cada uno la historia tiene un sentido diferente. Para mí se trata de la ancestral lucha entre el bien y el mal. Es como en la vida real, que se va complicando en cada etapa al multiplicarse los corderos que esconden lobos bajo el rizo de sus lanas mientras que a los auténticos corderos los creemos lobos al pensar que su caminar derecho es trampa que nos tienden. No me importa demasiado a quién elige como pareja la chica, si al médico o al estafador, lo que realmente me tiene sobre ascuas es saber cómo los guionistas han resuelto la inevitable confrontación final.