THtay domingos en la que andanza se hace costosa. Días secos, agraces, híspidos como una lija, como la piel del escuerzo. Horas en las que vienen una y otra vez a la mente aquellos versos del peruano triste: "Hay golpes en la vida-¡Yo no sé!". Salimos al llano de Marradas a patear los caminos de esta primavera verde y formidable, y no nos entran más que ganas de "abrirnos el corazón y ponerlo debajo de un zapato" como dijo aquel otro triste de Orihuela.

¿A qué vienen estas lamentaciones, me preguntan? A que por más que llegan estos golpes, no nos acostumbramos a ellos. En un mismo día, dos adioses definitivos nos han dejado en un lambudeo dominical sin ánimo alguno.

Por la mañana se fue Javichu, aquel niño rubito tan lindo, que hoy era ya un mocetón magnífico. Y el rostro trágico del dolor de Chon y de Paloma, madre y hermana, se me clavó en el alma como una puñalada sin tino ni contemplaciones. Así, abrumados por el drama fuimos, la tarde verde y luminosa, a decirle adiós a Gabino, nuestro amigo y confidente de tantas historias acehucheñas y universales. Y el dolor de Juana y de las niñas se sumó al que ya llevábamos terciado sobre los hombros y en la comisura de los labios.

Así que a ver qué andanza hacemos hoy, "Ari", por este carril comido de las hierbas, desganados, contritos, resignados a la tristeza que nos viene del corazón a la garganta, pensando en ellas dos, Chon y Juana, transidas de pena por su hijo una y la otra por su marido.

Hay domingos para pocas cosas, por más que brilla el rojo de las amapolas y por mucho que gorjean con delirio las avecillas del campo. A la postre volvemos al consuelo de las palabras de M. Aurelio que, mientras las legiones luchaban contra los germanos, escribía en su tienda a la luz de las lucernas: "Y por encima de todo, no te atormentes ni te esfuerces en demasía, antes bien, sé hombre libre y mira las cosas como hombre, como ser mortal". Muy difícil, M. Aurelio, muy difícil, después de pérdidas tan duras.