THtay canciones de Lennon que no podré escuchar nunca, porque no pudo componerlas. Un pirado le pegó cuatro tiros a las puertas de su casa y lo mandó con la música a otra parte. Yo eso no lo perdono. Pasarán más de mil años, muchos más, y seguiré pensando que habríamos perdido poco si la madre de aquel tipo hubiera sido proabortista. Se perdona a quien te rompe un jarrón en un tropiezo o te pisa un callo sin darse cuenta o en un arranque de ira te rompe el álbum de cromos, pero cómo perdonar a un desalmado que te destroza por dentro. Ya sé que Manuel Alcántara tiene escrito que el perdón nos pone a la altura de los dioses, pero es que a algunos las alturas nos dan vértigo. Yo, sin ir más lejos, cuando a uno le golpean la mejilla, me siento más próximo del que devuelve una patada en los huevos que del que pone el otro moflete. Qué le vamos a hacer. Será porque el perdón llegó con el Nuevo Testamento y yo no soy hombre de novedades. Sin embargo, llámeme antiguo, pero me emocioné cuando en el juicio contra El Solitario la madre de uno de los guardia civiles asesinados trató de sacarle los ojos con las uñas. Luego ha leído y escuchado uno de todo. Que si el pájaro es presunto hasta que la justicia diga lo contrario, que si tomarse la justicia con la mano es de mala educación, que si el perdón purifica el alma. Y una mierda, con perdón. Lo que en verdad purifica el alma es saber que no vas a encontrarte en la taberna con el tipo que te asesinó a un hijo. Supongo que a eso es a lo que se refieren los que claman porque el tal Juana Chaos se pudra en la cárcel tras veinticinco asesinatos. Pero resulta que su deuda con la justicia quedará saldada en menos de un año. Y es que en ocasiones es la Justicia la que no tiene perdón de Dios.