Al toreo se le conoce como ´el arte de Cúchares´. Tiene el aserto su porqué, y es que Curro Cúchares fue el primer diestro que, en una época en la que la faena de muleta era muy esquemática, pues su misión era sólo para preparar al toro para la estocada, quiso dotar de contenido al toreo de muleta. Después se hizo ganadero, e incluso llegó a creerse que iba a reverdecer laureles. Sin embargo, un ganadero le dijo aquella sentencia casi lapidaria: "Señor Curro, desengáñese usted, que los buenos tocaores no hacen buenas guitarras".

Este introito viene a cuento porque los toros de ayer --los murubes de Pedro Gutiérrez Moya, El Niño de la Capea -- dieron un juego infame. Bien es verdad que el que fue gran torero acaba de echar en Valencia una gran corrida, pero la de ayer fue un claro ejemplo de lo que es el toro desrazado.

Todas las corridas, a decir verdad, tienen un sinfín de matices, y hay que aquilatar al contarlo. Pero los matices buenos de los de ayer se los tiene que buscar el ganadero, porque nosotros sólo les podemos explicar que lo que saltó al ruedo en el Coso de La Piedad fue un dechado, sobre todo, de falta de fuerzas, de mansedumbre, de medias arrancadas --es cierto que sin peligro--, de falta de transmisión, de sosería, de aburrimiento en una palabra.

Lo mejor es que la corrida sólo duró dos horas, y con eso está bien explicado buena parte de lo que sucedió.

Después, a medida que los toros daban dos carreras -hay que decir que correctamente presentados- la cosa decaía.

El lote de Morante de la Puebla no tuvo nada que destacar: el que abrió plaza fue un inválido muy deslucido, y nada, salvo matarlo, pudo hacer el sevillano.

El cuarto fue más de lo mismo al final, pues en las verónicas de recibo se atisbó, aun sin continuidad, ese toreo tan bello y especial de este diestro.

Pero después fue un toro sin ritmo, sin continuidad, de medias embestidas y siempre con la cara alta. Pitaron a Morante algunos, pero el que se merecía los silbidos era el toro.

El Juli cortó una oreja a su primero porque, además de ser un torero sabio, es un torero que siempre sale a darlo toro. Lució con el capote, en las verónicas iniciales, y seguidamente en un quite por chicuelinas. En la faena lo que primó fue no atacar al toro; no molestarlo; darle las series cortas, de tres y el de pecho; no bajarle la mano; después y al natural, darle los muletazos de uno en uno. Aliviarlo en una palabra.

El quinto fue un calco, aún con menos contenido porque se esfumó rápido. Le aplicó las mismas recetas, pero el animal no decía nada. No eran toros para El Juli.

Astado inválido

Tampoco lo eran para Miguel Angel Perera, que luce más con el toro que se le viene y le aguanta, al menos, un par de series por abajo. Ayer a ninguno le pudo hacer ese toreo suyo tan paradigmático. Su primero fue un astado inválido e insulso, al que siempre tuvo que llevar por arriba. El triunfo le llegó ante el sexto. Fue un toro que no rompió a bueno, que tuvo la nobleza de sus hermanos pero que tampoco decía nada. Con él estuvo pulcro y bien Perera, primero en un trasteo sin obligar al animal, sin exigirle con series cortas y a media altura, para después llegar a los tendidos con el arrimón de mitad de faena para adelante. El público pidió las orejas y el presidente las concedió.

Fue una corrida de gran expectación pero, a pesar del triunfo de quien es una gran figura del toreo, extremeño de nacencia y corazón, fue una corrida de decepción.