Miguel Angel Perera salió ayer a hombros en Jerez de los Caballeros, pero Antonio Ferrera no quiso hacerlo, a pesar de haber cortado tres orejas, debido a que el presidente no le concedió el rabo del quinto toro.

Francisco Rivera Ordóñez no logró tocar pelo por el mal uso de la espada. Pero se lució en banderillas, que puso a petición del público ante un toro bien presentado, que ofreció espectáculo. El animal llegó pastueño a la muleta del torero, que aprovechó para ejecutar tandas cortas carentes de emoción, y de más continente que contenido, rematando mal con la espada.

SERIES LARGAS Al cuarto de la tarde, toro feo de hechuras y bronco, no lo banderilleó a pesar de la petición del público. El torero trasteó por bajo a su oponente y logró prenderle en la muleta, sacando series largas y engarzadas aprovechando la boyante embestida del bravo animal, que obedecía al toque del torero con absoluta obediencia. Le puso las orejas en la mano, pero volvió a errar con la espada.

Antonio Ferrera arrancó los primeros aplausos en banderillas, y el público le agradeció la entrega del torero en los tres pares que puso. El matador cuidó al toro para llevarlo templado en el último tercio, ofreciendo series realizadas con ambas manos, mejor con la izquierda. El animal facilitó el buen hacer del torero, que fue jaleado antes de matar al segundo intento. En el quinto, un toro nada claro, el torero extremeño volvió a hacer gala de su buen hacer en banderillas, ante un público entusiasmado que le aplaudió en pie.

El toro llegó bronco a la muleta echando la cara arriba, pero el torero logró casi someterlo a base de arrimarse y aguantarle los arreones del astado, lo que dio emoción a una faena meritoria, machacona y arriesgada que el público reconoció.

Perera inició la faena al hilo de las tablas, con pases de trasteo ante un toro protestado por presentar deficiencias en los cuartos traseros. Los muletazos del torero fueron suficientes para arrancar la música, junto a las palmas del respetable.

Sin embargo, su labor no tuvo el relieve deseado por la embestida sosa del animal, unida a su lesión en la pata, aunque el público lo aplaudiera todo. Lo mejor, la espada.

Con mucha quietud y temple recibió Perera al último toro de la tarde, manejando con suavidad su capote, clavando los pies en el suelo. En la misma guisa estuvo con la muleta, arrancando los olés a cada pase firme, estático y sin enmendarse, en series largas, limpias y sabrosas, ofreciendo el regusto de auténticos cárteles de toro.

Fue una faena para el recuerdo que se tardará en olvidar, ante un toro que tuvo calidad, nobleza y obediencia y que ofreció la puerta grande.